Entre sus 18 a 19 años, Damián Martínez se convenció por completo que lo suyo era el rock. Abandonó la escuela de Derecho y se matriculó en la de música.

Escuchó su corazón, porque el rock de la banda Sak Tzevul viene del corazón y de una actitud ante la vida.

Y ahora que está aquí, bajo el toldo de un café en el céntrico andador Guadalupe en San Cristóbal de Las Casas, platica que Sak Tzevul, la banda que él fundó en 1996 y que en los últimos quince años ha alcanzado la cima internacional, no es esa típica marca que se pueda llevar en una camiseta entallada o en cualquier otro artículo que forma parte del culto que se le rinde a las estrellas del momento, sino es la evocación de un mundo fantástico y real con sus dominios en las altas montañas de Chiapas, en el sur de México.

Damián Martínez
Damián Martínez, en la entrevista. En San Cristóbal de Las Casas

Sak Tzevul ―relámpago en lengua tsotsil― es la cara de esa cosmovisión indígena.

Y el relámpago es imprevisible, es el preludio de algo que va a ocurrir; no daña pero anuncia. Es esa serpiente de luz que parte el cielo en dos, que nos regala un momento mágico, relata.

Sak Tzevul representa ese universo.

Y cuando pronuncia lo último, Damián Martínez lo celebra con una sonrisa, porque eso sí, Damián no es un hombre que asuma el porte serio de un hombre pontificador cada que habla. Más adelante, conforme avance la plática, irá dando a saber por qué prefiere la sonrisa al gesto de pocos amigos.

Sak Tzevul es una banda de Zinacantán.

 

Acomodados en una mesa, en la banqueta del andador de una ciudad regularmente fresca a más de dos mil metros sobre el nivel del mar pero que esta mañana registra un clima que no amerita sacar los guantes o gorros, Damián Martínez dice que la base de Sak Tsevul está en Zinacantán.

Es en ese pueblo donde él compone y ensaya la banda.

Realmente lo que ocurrió es que Damián Martínez adoptó la visión y la cultura de Zinacantán como el eje de Sak Tzevul, luego de que pasara una parte importante de su vida de niño y adolescente en ese pueblo indígena que se distingue por su propio traje típico y el comercio, a once kilómetros de San Cristóbal de Las Casas.

Nació allí, pero por motivos laborales de su padre tuvieron que salir a vivir fuera del pueblo durante casi nueve años, en San Cristóbal de Las Casas y Tuxtla Gutiérrez; y por la composición de su núcleo familiar, su padre tsotsil y su madre de ascendencia Oaxaqueña pero nacida en la costa de Chiapas, no aprendió la lengua indígena de pequeño.

Fue cuando retornó al pueblo que consideró necesario aprender a hablar la lengua tsotsil; conocer las tradiciones, las costumbres, los rituales; disfrutar de una vida campirana, saber escuchar a la naturaleza. Comprendió que sólo alguien que lo ha vivido puede hablar de la diferencia que existe entre la vida del campo y la de la ciudad. Porque Damián, regresó a vivir a Zinacantán pero continuó con sus estudios en San Cristóbal de Las Casas.

Entonces, también empezó a notar con mayor precisión algo; que en su pueblo, por su fisonomía y hablar español, lo llamaban cashlán, aunque eso sí, con cierto respeto, y en San Cristóbal de Las Casas lo llamaban indio por ser parte de una cultura indígena. La situación lo desconcertaba, porque por un lado la gente de su pueblo le marcaba cierta barrera y por el otro era víctima de discriminación y rechazo.

Pero él, en Zinacantán, se fue metiendo a las tradiciones, se hizo de amigos y se dispuso a conocer el campo, jugaba en las calles, lo conmovía esa imagen de la mujer sacando a pastar su borrego, le extasiaba el alma el sonido de los instrumentos autóctonos del grupo de músicos tradicionales que por las madrugadas recorre las calles del pueblo y lo enorgullecía el hecho de venir de una familia de marimbistas.

La descendencia de su bisabuelo paterno, quien era profesor, casi todos tocaban la marimba. También el padre de Damián tocaba ese instrumento pero lo abandonó en cuanto se dedicó de lleno al trabajo de chofer. De manera que sólo habría que esperar que germinara la semilla de la música en alguien que vendría a ser el fundador del rock indígena.

 

Se llama Damián Guadalupe Martínez Martínez.

El fundador, vocalista y guitarrista de Sak Tzevul tiene 41 años.

Viste de jean, playera y suéter oscuros, zapatos todoterreno y sombrero de fieltro. De cabellera hasta el hombro, esta mañana trae un arillo en cada oreja y unos lentes Ray Ban de patas doradas.

Se le nota juvenil.

Puntual a la cita ―a las 10:00―, se acercó sonriente, con ese aire de persona que se acerca a un viejo conocido. Saludó con efusividad, con esa naturalidad como se saluda en los pueblos indígenas. Y es de esa misma manera como irá saludando, en lo que dura esta entrevista, a hombres y mujeres que al paso le dicen o gritan Adiós, Damián; Hola, Damián; Que estés bien, Damián; Nos vemos, Damián.

Adiós, adiós, adiós ―responde, y levanta la mano.

Se sabe que es Sak Tzevul.

 

Sak Tzevul empezó como grupo en 1996, pero uno o dos años antes Damián Martínez formó parte de una banda de rock escolar que se llamaba Minueto y que era del director de la preparatoria donde él estudiaba.

Por razones desconocidas, el profesor quería tener un grupo de rock que representara a la escuela, y para ello improvisó, con la ayuda del maestro de música Miguel Melara, un casting en la sala de laboratorios de la escuela.

Damián llegó accidentalmente a la sala, movido más por la curiosidad de ver por la puerta a filas de jóvenes que esperaban turno para probar la guitarra eléctrica, la batería y el teclado. Pero también notó que nadie le hacía caso al bajo. Éste estaba solitario recostado en la pared.
Entró Damián a la sala y cogió el bajo.

Punteó unas cuerdas. Sonó el bajo y atrajo la atención del maestro Miguel Melara, quien de inmediato dijo al joven si quería quedarse en el bajo, que lo hiciera, que se estaba formando un grupo de rock.

Los jóvenes que terminaron por formar parte del grupo Minueto estaban por culminar los estudios de preparatoria, pero aún así tocaron en un espacio en una de las plazas de San Cristóbal de Las Casas.

Terminó la preparatoria, terminó el grupo de Rock.

Damián, entonces más atrapado por la novia que por la música, secundó a ella al matricularse en la escuela de Derecho. Pero no tardó en darse cuenta que su vida era la música, que su lengua materna era la música y que para ser auténtico uno debe ser lo que quiere ser.

Renunció a la novia y a la escuela de derecho. Optó por la universalidad de la música. Justo a tiempo se inscribió a la escuela de música de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, donde estuvo un par de años cursando principalmente guitarra clásica. Al final optó por el rock, por la guitarra eléctrica.

 

Damián Martínez estaba convencido que existen formas de estudiar solo, que hay muchas historias de gente autodidacta que ha salido adelante.

Dejó la escuela de música en Tuxtla Gutiérrez, donde entre sus compañeros de clases y amigos se había convertido casi en una celebridad por el hecho de contar con cintas magnéticas con canciones de Pink Floyd, Joe Satriani en tiempos cuando seguían vigentes Rockdrigo González y el Tri de Alex Lora pero era difícil de conseguir cintas o discos de artistas de culto, y se fue a Zinacantán a componer música. Cargó con la primera guitarra eléctrica que había comprado con unos ahorros y por la que su maestro de guitarra clásica lo había reprendido. No es que no le gustara la guitarra clásica, sino que sentía predilección por el rock. En la memoria saboreaba las magistrales piezas que ya había escuchado a su edad, como Carmina Burana llevada de nuevo al escenario por Ray Manzarek, el tecladista de los Doors. Ya admiraba a Leonard Cohen, el artista que fue perfeccionando su voz conforme iba envejeciendo. Por eso, apenas llegó a su pueblo fundó el grupo sin nombre aún pero ya con una base que descansa en el mundo indígena.

En 1998, con su hermano Enrique y otros compañeros de banda empezaron a buscar espacios dónde tocar en San Cristóbal de Las Casas. Enrique, el baterista del grupo, había dejado Zinacantán poco después que él para alcanzarlo en la ciudad. Y tras probar en varios espacios, tocando covers sin tener éxito, porque entonces que estaba de moda hacer covers de Maná, Caifanes, Santana, a ellos no les salía, terminaron por tocar sus canciones originales compuestas en lengua tsotsil. No tardó en que alguien les comentara que mejor cantaran sus propias canciones, que gustaban.

De hecho a esa persona, de nombre Julián, quien les abrió el espacio para que tocaran rock indígena, le gustaba la canción “El último descanso”, que habla de un niño que muere de frío a la intemperie y de noche. Esa es una canción cruda, dice su autor, quien hacía ya algo de tiempo que se había formalizado como compositor con la pieza en lengua tsotsil K’uxa pas Maruch.

En 2000, Sak Tzevul debutó en la Ciudad de México como grupo pionero del rock indígena en el país. Invitado por el entonces Instituto Nacional Indigenista, abrió el concierto en tsotsil con K’uxa pas Maruch o Cómo estás María. Posteriormente recorrería otros lugares de Chiapas y del país invitado por instituciones como el Consejo Nacional para la Culturas y las Artes (Conaculta). Lo hacía para acercarse más a la gente, principalmente de zonas indígenas donde impartía talleres, y conocer sus necesidades, siempre bajo el entendido de que era un grupo artístico que aspiraba a tocar en todos los escenarios posibles. Porque Sak Tsevul, lo explica Damián Martínez, es un grupo de rock y si tiene un activismo éste es netamente social y no es comercial. Y tampoco se trata de un grupo que se integre por puros indígenas. No. Los principales son Damián y sus hermanos Enrique y Francisco, pero en la banda han tocado personas hasta de otros países. Así también, además de sus composiciones en tsotsil y canciones especiales en lenguas tseltal y tojolabal, componen y cantan en castellano y, en algún momento, hasta en japonés. Y cuando algunos académicos o intelectuales, porque San Cristóbal de Las Casas es también una ciudad donde se concentran estudiosos de las culturas indígenas, han salido con sugerencias de que la banda debería mantenerse completamente indígena, el fundador de Sak Tsevul recuerda que lo auténtico es lo que uno quiere ser y que él cree en la universalidad de la música.

 

A estas alturas, la banda Sak Tzevul, que está por iniciar una gira por los estados del sureste mexicano, ha tocado en Estados Unidos, Europa y Asia.

Su primera salida internacional fue a Guatemala, a Sacapulas. Otra banda de rock, de ese país, poco después del 2000 les hizo la invitación tipo vénganse como puedan, y ellos se pusieron en marcha y ofrecieron un buen concierto.

La siguiente parada internacional fue en Chicago.

Y cuando Damián Martínez habla de esos conciertos en el extranjero, lo hace con tal sencillez. Y como si notara mi sorpresa, dice ―pese a los alcances que ha tenido la banda que ha inspirado al surgimiento de otros grupos de rock indígena― “Somos como cualquier otra persona, que a veces nos cuesta subsistir”. Claro que nos alegra que seamos referentes, pero no perdemos la sencillez.

Sonríe.

Cuenta que se ríe de alegría porque él es lo que quiere ser, pese a que el rock se le ha satanizado y al indígena se le ha rechazado.

Recuerdo que ha dicho que el rock es actitud ante la vida.

Y entonces, se le escucha: ahora a los indígenas nos quieren ver bien portados, si desde el principio nacimos del rechazo.

De nuevo la risa, el destello en su rostro.

Breve silencio.

Y suena la frase, en el fresco ambiente multicultural:

Puedo hacer con mi vida lo que me dé la regalada gana.

Fragmento del texto escrito por Damián Martínez y publicado en el libro colectivo Sjalel Kibeltik

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