Jere XXIV

El niño que perdió su mundo

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Jere_capítulo_XXIV_SolesteView_Diseño Jhony Galván

 

 Llegamos a la orilla de un profundo y amplísimo socavón. A unos pasos del borde, estiré el cuello y pude ver que casi la mitad del lecho estaba ocupado por una capa de altas y azufrosas rocas que en su conjunto, por los espacios que cual calles o anchos caminos quedaban entre ellas, daban una imagen que muchos años después supe era como de una pequeña ciudad en ruinas. La otra parte lo ocupaba un lago verdoso. Pedazos de nubes subían desde un montículo que quedaba al margen entre el agua y el área de las rocas.

De repente se oía como un silbido y una bocanada de nube salía de esa parte. Tiempo después supe que era vapor. Pero también era fuerte el rumor del viento que golpeaba en las altas paredes, recorría el extenso fondo y remontaba de nuevo las barrancas.

El gato alzó dos o tres veces la cola y la movió como algunas veces lo había hecho el minino que formaba parte de la multitud con la que había caminado por el agujero. Se dio la vuelta y emprendimos el camino. No dejé de volver la vista un par de veces para ver lo que me había parecido siniestro, que semejaba la destrucción de un pueblo. Salimos de nuevo a la ruta que llevábamos originalmente y caminamos rumbo a una lejana montaña. Por ratos me venía a la mente la imagen que recién había visto y por ratos me preguntaba si aún estaba a tiempo de volver a casa. Levanté la vista y deduje que faltaba mucho para que terminara el día, pero aún se observaba lejos el cerro al que nos dirigíamos. De pronto se me vino a la mente la imagen de mi pueblo y temí que algún día se viera en ruinas. El gato movió la cola y maulló. Una sensación se apoderó de mí: una mezcla de temor y presentimiento de que algo estaba por ocurrir. Un leve movimiento sentí bajo mis pies.

 

*Continúa…

 

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