La Cattleya que obsequió con una flor a su dueña

Esta historia cuenta la vida de la florista y artista plástica María Guadalupe Correa Rovelo que cultiva y ama las orquídeas en Chiapas

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Orquidea
María Guadalupe Correa Rovelo

La orquídea que más ama María Guadalupe Correa Rovelo es una Cattleya, y en un rato se sabrá por qué.

Es esplendorosa, fresca, elegante; esta mañana recibe destellante en la entrada de Orquídeas floristería, en el centro de Tuxtla Gutiérrez.

María Guadalupe Correa Rovelo es artista plástica, también con obras en iconografía cristiana, pero hace unos 20 años que las orquídeas llegaron a ella. Porque eso sí, Guadalupe Correa afirma que son las cosas que buscan a ella y no al revés como regularmente ocurre.

Y para reforzar esa tesis cuenta que ella creció en un ambiente ecologista, con un padre que la llevaba a campañas de plantación de árboles y una madre que le enseñaba a cuidar y cultivar flores en el jardín de la casa, de modo que lo primero por lo que se decidió fue por la jardinería, a la par de las artes plásticas y manualidades. María Guadalupe Correa Rovelo y hermanos integran una familia que desde hace 50 años ha desarrollado actividades de cuidado a la naturaleza y que en su legado destaca una reserva natural ubicada en la ciudad de San Cristóbal de Las Casas, el Rancho San Pablo.

Contaba once años cuando su padre José Fernando Correa Suárez, quien fue médico cirujano y político, la llevaba a campañas ecológicas y su madre María de la Luz Rovelo Burguete le enseñaba jardinería, y fue a esa misma edad cuando también su padre le obsequió un largo y plateado estuche de Prismacolor.

Por eso, a sus 61 años, dice que el arte y el oficio buscaron a ella.

María Guadalupe Correa Rovelo fulgura entre sus flores; esbelta y de una voz que denota paz en el espíritu.

Alta, piel clara y delicado cabello, esta mañana lleva una playera oscura con una orquídea serigrafiada en frente.

Es la silueta de una flor grande de tres pétalos y tres cépalos, aunque uno de éstos devenido en labelo. Las orquídeas, perennes y que se dicen que existen en la tierra desde antes que los humanos, son las flores más raras en el mundo y llegan a adquirir formas tan sorprendentes, principalmente figuras de insectos, animales o aves.

Con la Vanda

Tersas, coloridas, atractivas las flores; en esta floristería hay Cimbidium, Dendrobium, Vandas, Cattleyas y Phalaenopsis; de las puntas de las delgadas varas de las Phalaenopsis penden flores como mariposas en cascada de alas color rosa con orillas celeste, son especies asiáticas y pintadas; resaltan también el color púrpura de las flores de las plantas Dentrobium, de hojas anchas; también está la Vanda colgada de un gancho, es la más epífita de las epífitas, de las que viven casi al aire, aéreas, colgadas apenas de un puntito en algún árbol y con las raíces sueltas, alimentándose de la humedad del aire, de las partículas en el espacio y de las aguas de las lluvias; esta Cattleya es de hojas anchas y altas; no todas las plantas de las orquídeas son bonitas: algunas son verdes y frescas, otras son como amasijo de estambres secos, algunas son como trazos de venitas sobre la corteza de árboles, unas se les podría confundir como alguna raíz seca. Pero las flores: cuando las plantas alcanzan su madurez y empiezan a florecer a los siete y ochos años, dependiendo de su adaptación, naturalmente compensan la larga espera.

 Cada flor es una sorpresa.

Hace unos veinte años que María Guadalupe Correa Rovelo se compró unas Phalaenopsis en la Ciudad de México, en uno de los primeros viveros de orquídeas que se instalaron en el país y que empezaron a reproducirlas para comercializarlas, y cuando las trajo a Chiapas, a su casa en San Cristóbal de Las Casas, su madre se empeñó en pagarle por una de las plantas. Quería que fuera suya.

Y cuando ella respondió que se la regalaba, además de que estaban en la misma casa y las plantas eran de ellas, su madre María de la Luz Rovelo Burguete insistió en que pagaría, para que la planta fuera suya.

Pese a que María Guadalupe Correa Rovelo había crecido en una casa con amplio jardín y con una amplia variedad de flores, con una reserva natural como propiedad de la familia y en la que hay una diversidad de orquídeas endémicas, optó por seguir trayendo plantas de los viveros del centro del país, clonadas o híbridas, para satisfacer la petición de algunas amigas o personas conocidas que querían tener en casa o en sus jardines algunas orquídeas.

Y no fue hasta hace unos diez años cuando con el impulso de María, su hija mayor, que empezó a proyectar la apertura de una floristería; recién egresada como abogada, un día se acercó a ella y le dijo que quería trabajaran juntas en algo de emprendimiento. Sorprendida ante el planteamiento, María Guadalupe Correa Rovelo temió que su hija no fuera a ejercer su profesión. Pero otro día, que regresaban de un viaje a la Ciudad de México, María le soltó:

―Renté un local y sólo di tu nombre.

―¿Pero qué es lo que vamos a vender?

Su hija había rentando un local en una plaza comercial en Tuxtla Gutiérrez.

―¿No es que ya no quieres dedicarte a tu carrera? ―le externó su temor.

Para despejar dudas, una tarde se fueron a un café. Ya en la plática su hija María le comentó con mayor precisión y seguridad:

―Quiero trabajar contigo. Haremos una floristería de todo lo que tú haces.

María se refería al cultivo y cuidado de orquídeas que llevaba años haciendo su madre en el jardín de su casa.

Pero en diciembre de ese año, como al mes de la plática sobre la floristería, se agravó la salud de la abuela de María. En febrero falleció, y a unas semanas María Guadalupe Correa comunicó a su hija que no estaba en condiciones de abrir un negocio, por lo tanto había que entregar el local. No tenía cabeza para estar pensando en cómo atender la floristería.

Sin embargo, de un viaje que hicieron poco después al estado de Puebla, para encontrarse con su segundo y último hijo, Gabriel, retornaron cargadas de decenas de orquídeas y maceteros.

Un 30 de marzo inauguraron Orquídeas floristería.

María Guadalupe Correa Rovelo dice que todas las flores de las orquídeas tienen tres pétalos y tres cépalos, y uno de éstos es el labelo.

Y para ilustrar lo que explica, toma la flor de la Cattleya de América del Sur, una flor ancha y la extiende suavemente.

Mete el dedo en el labelo y lo extrae bañado de polen. Ese polen es el que transportan los polinizadores de una a otra planta de la misma especie para que éste quede polinizada. Puede ser una abeja, una mariposa, algún otro insecto, hasta un colibrí el polinizador. Las orquídeas tienen una avanzada manera de subsistencia en la tierra: para atraer a los polinizadores, las flores adquieren la forma de la hembra o el macho, además de los colores y el tamaño, de un polinizador o una polinizadora, para que éste o ésta se acerque para aparearse. Una vez que el polinizador o la polinizadora se manchan del polen y llega a otra flor de la misma especie, esta busca la manera de que cuando se acerque la carga de polen llegue a la boquilla del estambre que una vez polinizado esperará unos meses para que se empiece a abultar en alguna parte hasta que se forme una especie de cápsula, la misma que le llevará unos ochos meses para madurarse y soltar las semillas. Una cápsula contiene millones de semillas que se dispersan por tierra y aire.

Por eso, se llegan a encontrar orquídeas en lugares menos pensados.

En Chiapas, dice María Guadalupe Correa Rovelo, hay entre 600 a 800 especies endémicas de orquídeas; en México, entre mil 200 a mil 400 especies. En el mundo, se habla de 30 mil especies. Y las cifras que proporciona en términos generales no distan muchos de los datos que contiene el más reciente libro que se ha publicado en Chiapas sobre las orquídeas: Catálogo de la Orquídea de Chiapas, del biólogo Carlos Rommel Beutelspacher. En los registros de ese catálogo se mencionan mil 106 especies endémicas en México, de las cuales 717 tienen presencia en el Chiapas, en el sur del país, es decir, el 61.3 por ciento del total. Estima que en el mundo hay un total de 30 mil especies de estas plantas que subsisten en zonas tropicales y templadas y señaladas, a decir de Correa Rovelo, como las causantes de uno de los vicios más grandes en la tierra, que a mediados del siglo XVIII era motivo de lejanas y prolongadas expediciones a diversos continentes, que ha originado peleas y persecuciones entre buscadores y que ha dado pie a robos para el comercio en el mercado negro. Se sabe que ha habido orquídeas que han alcanzado precios exorbitantes, y también se sabe que, aunque ya no tan de manera publicitada, se sigue buscando la orquídea negra.

Cree María Guadalupe Correa Rovelo que la orquídea negra es un mito.

María Guadalupe Correa Rovelo tiene el grado de maestra como florista ―egresó de una universidad de España― pero ella prefiere el diseño floral con plantas al diseño con flores de corte.

Es una artista con una floristería con el lema Regalando vida.

Trabaja con plantas para acercar conocimientos ecologistas a la gente, porque cada que alguien adquiere una orquídea en esta floristería que abre de lunes a sábado sobre la Tercera Norte entre Sexta y Séptima Poniente de la capital de Chiapas, adquiere información sobre cómo cuidar su planta y generarle un entorno de sana convivencia. La esencia es, al final de cuentas, que cada ser humano debe cuidar su espacio y entorno.

Y esto lleva a decir a María Guadalupe Correa Rovelo que a ella no le interesa vender miles de flores o plantas, porque se trata de una persona y artista que podría ir a poner una flor en un castillo o vender flores en la calle. Lo que realmente busca con sus flores es mejorar su calidad de vida y entorno y enseñar a los demás que se puede ser ecologista empezando desde la casa.

Su laboratorio de cultivo es su jardín; algunas plantas, las híbridas principalmente, las trae del vivero de unos amigos; dice que en Chiapas, territorio donde han llegado expediciones extranjeras en busca de la orquídea negra, hay unos tres viveros grandes. Chiapas es importante en el universo de las orquídeas, y es el estado donde, en 1943, se llevó a cabo el Primer Congreso Internacional de Orquideófilos. Lo realizó la asociación Amigos de las Orquídeas, la misma que posteriormente se convirtió en la Asociación Mexicana de Orquideología (AMO). Hace 18 años, en el sur de la Ciudad de México, las siglas AMO captaron desde un amplio anuncio publicitario la atención de María Guadalupe Correa Rovelo mientras iba en el transporte con su madre. Cuando horas después visitó el lugar que se citaba en el anuncio, descubrió que se trataba de una exposición montada por la asociación de la que años después sería su representante en Tuxtla Gutiérrez, pero ese día los jueces estaban calificando las flores. La dejaron pasar y se topó con deslumbrantes orquídeas.

Cuenta que ese día dijo esto es lo mío.

Ha tomado cursos, talleres sobre cuidado y cultivo de las plantas; sobre tipos de orquídeas; ha viajado a otros países, a exposiciones de orquídeas; ha estado en dos exposiciones mundiales de orquídeas, que se celebran cada cuatro años: una en Miami y otra en Ecuador; quisiera estar en la Exposición Mundial de Orquídeas que se realizará el próximo año en Taiwán; ha impartido cursos y talleres en universidades de Chiapas y Veracruz; ha montado orquidearios en varios municipios y estados de la República Mexicana; pertenece a uno de los clanes de Biología de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, que imparte pláticas y talleres para concientizar a las poblaciones sobre la ecología; y tiene deseos de participar con un diseño floral en festividades nacionales de orquídeas que se celebran en varios países, incluidos los de América del sur.

A estas alturas, dice que a las orquídeas no sólo hay que amarlas, lo mejor es saber cuidarlas.

Y cuando pregunto si existe la orquídea negra, suena tajante la respuesta:

―No existe.

 Para María Guadalupe Correa Rovelo esa orquídea es un mito; ah, pero existe una orquídea que ella lleva en el corazón. Se trata de una Cattleya de América del Sur.

De hojas anchas, alargadas, esta Cattleya podría pasar por un zacate frondoso, y esta mañana es la primera que atrae la mirada de las visitas con su ancha y violácea flor en la entrada de la floristería.

En la Exposición Mundial de Orquídeas celebrada en Miami, María Guadalupe Correa Rovelo y su madre adquirieron unas orquídeas empapeladas como té para poder franquear la aduana; pero luego de establecerlas en casa en Chiapas las plantas de María de la Luz Rovelo se fueron muriendo una por una porque las había plantado con tierra, salvo la última que quedaba pero no florecía, y la de la hija empezó florecer.

Cuando María Guadalupe Correa Rovelo notó la preocupación de su madre por su planta, le ofreció su orquídea.

―No ―respondió ella.

―Te regalo mi planta ―insistió la hija.

―No.

Llegó diciembre: la salud de María de la Luz Rovelo, quien había enviudado unos años antes, se agravó. Ya en cama preguntaba por su planta y su hija deseaba que la Cattleya empezara a florecer. Murió en febrero, dos o tres días antes que la planta sorprendiera en la casa con una flor esplendorosa.

 El día que brotó la flor, María Guadalupe llevó la planta a la recámara de su madre. Ella rebozaba alegría.

El día del sepelio, María Guadalupe Correa Rovelo cortó la flor y la depositó en el ataúd. Era el mejor regalo que la Cattleya había hecho a su dueña.

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