Al salir de su recámara aquella mañana del 18 de octubre de 1955, mucho antes de la hora de marcharse a la escuela, Guillermo Rojas Merchant se topó con su madre postrada de hinojos en el pasillo, rezando.

―¿Qué pasa mamá?

―Es tu papá.

―¿Mi papá? ¿Y dónde está?

―En la plaza central.

            Guillermo Rojas corrió a la calle, aún no llevaba puesto el uniforme escolar y era posible que nunca más lo volviera a usar. Su madre, con el miedo en la cara, se santiguó una vez más. Se anunciaba un día fresco, había llovido en la noche y en la casa se sentía como si se hubiera estancado el aire frío. Hasta allí se oían las voces, las consignas que lanzaban los hombres que acompañaban a Artemio Rojas Mandujano frente al palacio del gobierno estatal, en el centro de Tuxtla Gutiérrez.

La noticia ya se había dispersado: unos hombres encabezados por Artemio Rojas han tomado el palacio de gobierno. Quieren la renuncia del gobernador Efraín Aranda Osorio. Han cerrado los accesos y no dejan entrar a ningún trabajador.

Cuando llegó corriendo Guillermo Rojas, vio a su padre junto con unos sesenta hombres, entre ellos Héctor Nicandro Utrilla y Domingo González Lastra. Estaban afuera del palacio. Luego Artemio Rojas contaría a su hijo que no habían querido entrar al recinto para evitar se les acusara de saqueo, porque enterado que estaba Aranda Osorio que un grupo tomaría el palacio ordenó un día antes que se retiraran las cosas. Permanecían afuera y poco a poco se les fue uniendo más gente.

 

Artemio Rojas Mandujano falleció en 2013.

Vivió 100 años.

Nació en San Cristóbal de Las Casas pero decidió hacer vida en Tuxtla Gutiérrez. Tuvo tres hijos a los cuales puso el nombre de Elvira, Guillermo y Artemio, en ese orden. Antes de encabezar el movimiento que en la sociedad se le denominó como la rebelión de los pollinos, por la pegada de mula que había distinguido a Artemio Rojas Mandujano en el boxeo en su juventud, había trabajado en un área de gobierno como taquimecanógrafo y en un área de conservación forestal, puesto que había abandonado para dedicarse a la venta de coches de una agencia por todo el estado. Fue en uno de esos viajes que se topó con una escena de horror en el municipio de La Trinitaria. Agentes del gobierno acababan de fusilar a integrantes de un movimiento social y para escarmiento de la gente habían decapitado a los principales líderes y puesto su cabeza en un árbol.

Guillermo Rojas está plenamente convencido que eso fue lo que llevó a su padre a emprender la lucha social que entre otros temas denunciaba un desvío millonario y el saqueo del maíz chiapaneco para llevarlo a Centroamérica, dejando en desventaja a las familias locales.

 

Esa mañana Guillermo Rojas Merchant no fue a la escuela. Se quedó en la plaza, cerca de su padre.

Notó que poco antes del mediodía, conforme se iba sumando más gente al movimiento, llegaron unos militares cargados de metralletas a hablar con su padre, para decirle que le prestaban garantías, que lo apoyaban y que le dejaban las armas para que él las colocara donde mejor le pareciera.

―No, no ―dijo Artemio Rojas, que mejor ellos las colocaran, que eran los que sabían de estrategias militares.

Los militares instalaron una metralleta cerca de una refresquería que estaba en el centro de la plaza y otra la colocaron frente a un hotel en la calle principal. Eran armas apuntando hacia el palacio, hacia el movimiento.

Transcurrió el día y Artemio Rojas se enteró a la medianoche que entre unos seguidores al movimiento estaba corriendo licor, alguien se los había dado. Artemio requisó los licores y rompió las botellas. Más tarde, como unas dos horas después, llegó el ejército mexicano.

Los militares se desplegaron en los alrededores del palacio y un grupo montó guardia en el acceso principal con sus armas con bayonetas caladas. Cuando se acercó Artemio Rojas a ellos, uno de los oficiales quiso sacarlo a empellones pero él reviró con un golpe. Y estaba a punto de descargar un derechazo contra otro oficial que se había metido al jaloneo, cuando un general alcanzó a tomarle la mano, a la altura de la muñeca, y le dijo: Rojitas, de todas maneras te vamos a sacar de aquí, pero por hoy ve a descansar. Lleva a tu gente. Para no comprometer a sus seguidores Artemio Rojas decidió retirarse hacia el área del parque Santo Domingo.

Allí durmieron y al día siguiente, como a las 10 de la mañana, se encaminaron de nuevo al palacio.

Cuando entraron a la plaza, Artemio Rojas y la gente vieron que el gobernador Efraín Aranda Osorio se encontraba en el balcón.

De inmediato los militares formaron una valla para que no dejaran acercarse demasiado a los hombres. Y mientras caminaban, Guillermo Rojas notó que su padre hizo un gesto con los brazos como inquiriendo al gobernador, como si le preguntara ¿Y?

Alguien, años después, les contaría que el gobernador se puso nervioso.

Cuando se marchó del balcón Efraín Aranda, a quien también se le conocía con el nombre del perfumado, porque lucía trajes finos y lociones caras, en la plaza se quedaron los militares y los hombres del movimiento, empujándose entre ellos, para ver quién cedía terreno.

El movimiento siguió, al grado que tuvieron que llegar a Chiapas, sin obtener éxito, el subsecretario de gobernación José Quevedo y el Oficial Mayor de la misma secretaría, Gustavo Díaz Ordaz.

Gustavo Díaz Ordaz, quien luego sería presidente de México, intentó negociar directamente en dos ocasiones con Artemio Rojas Mandujano.

La primera fue en la Ciudad de México y la segunda en un hotel de Tuxtla Gutiérrez.

Guillermo Rojas recuerda las últimas frases que intercambiaron su padre y Gustavo Díaz Ordaz en la segunda reunión, lo que sería como la premonición de lo que ocurrió el 1 de diciembre de ese año.

Desde una breve escalinata, con un pie en un rellano y el otro en el siguiente, cuando ya se habían estrechado la mano como despedida, Gustavo Díaz Ordaz le gritó:

―Señor Rojas, el gobierno de Chiapas no va a caer.

―¿Es su última palabra, licenciado? ―inquirió Artemio Rojas ya camino a la salida.

―No es mi última palabra; es la del presidente ―dijo Ordaz.

―Pues, le doy hasta el primero de diciembre; si no, no me responsabilizo de lo que pueda suceder ―amagó Rojas Mandujano, sin que le temblara la voz.

En su casa, en la zona poniente de Tuxtla Gutiérrez, Guillermo Rojas Merchant recuerda que tiempo después en uno de los regresos de la Ciudad de México, cuando ya andaban a salto de mata, a él le temblaban las piernas.

Como el movimiento siguió, se replicó en varios puntos del estado, el primero de diciembre de 1955 entró en acción el ejército y la policía federal. Arremetió contra la gente en la plaza central.

A Artemio Rojas Mandujano lo sacó la policía federal, como a la una de la mañana, de la casa de Héctor Nicandro Utrilla, que, al igual que su casa, se ubicada a unas cuadras del palacio estatal. Lo llevaron al Cañón del Sumidero.

Junto a libros, documentos que dan cuenta del movimiento y fotografías sobre una amplia mesa de madera, Guillermo Rojas Merchant cuenta que a su padre lo colgaron desde una de las atalayas del Cañón.

Le habían quitado la camisa y estaba golpeado.

Mientras unos agentes lo presionaban para que se desistiera del movimiento, otros jugaban al azar para ver quién de ellos lo mataba.

Pero terminaron por descolgarlo y llevarlo a una penitenciaría

 

Ese día, como a las dos o tres de la mañana Guillermo y su madre, quien falleció en 1988, fueron en busca del gerente de una empresa de aviación para que les vendiera boletos para irse a México a la primera hora de la mañana.

Ya en el aeropuerto, Artemio Rojas Mandujano pidió de favor a Guillermo, su hijo mayor, buscara a Utrilla y a Domingo González Lastra y les informara que su padre ya se iba del estado y que no tardaría en volver.

Los líderes tenían el acuerdo de mantenerse al tanto y cuidarse las espaldas.

Pero una vez que estuvieron informados Utrilla y Lastra de la decisión de Rojas Mandujano, éstos llegaron al aeropuerto acompañados de un convoy militar. De nuevo quedó detenido Rojas y trasladado al cuartel militar que se ubicaba en el primer cuadro de la ciudad.

Su esposa e hijos lo acompañaron.

Unas cuatro horas después a la familia se le informó que Artemio Rojas Mandujano quedaba detenido formalmente, y que también se irían con él Utrilla y Lastra, el primero de los cuales moriría en prisión al año siguiente.

Hombre de 78 años, alto y robusto como era su padre, Guillermo Rojas Merchant dice que el primero de diciembre de 1955 hubo represión.

También para él y su familia fue prácticamente el inicio de una vida de sobresaltos, con un padre que persistía en la lucha y que pagaba las consecuencias junto con sus hijos y la esposa.

Rojas Merchant recuerda que el gobernador José Castillo Tielemans mandó a sacar a Rojas Mandujano del estado, apenas se enteró que se preparaba un movimiento. El agente que fue a abandonar a Artemio en el estado de Oaxaca le dijo que había la orden de matarlo por si regresaba a Chiapas. Y cuando quiso volver, un amigo le dijo: No, Rojitas, vete de aquí. Te van a matar. Así fue que pasó por su familia y se fue con ellos a la Ciudad de México, de donde no tardó en regresar.

También lo encarceló el gobernador Manuel Velasco Suárez, tras acusarlo de la invasión de un predio. Y Samuel León Brindis mandó a catearle su casa en busca de armas, mientras notificaba a la Dirección Federal de Seguridad (DFS) que Rojas Mandujano andaba en la Ciudad de México. Éste fue apresado allá, mientras la familia lo dio por desaparecido.

La esposa y sus hijos, quienes viajaron a la Ciudad de México para buscarlo, pero se asilaron en una casa de estudiantes porque ni los amigos y parientes cercanos quisieron acogerlos por temor a represalias, se pasaron unos días identificando cadáveres en las morgues.

 Al final supieron que estaba vivo.

Guillermo Rojas sonríe en esta parte de la plática, como si se estuviera reencontrando con su padre.

En algunas partes de la entrevista se había tornado triste. Y más contento se pone cuando dice que él está convencido que su padre siempre defendió lo que él creía.

Casi a sus 100 años, Artemio Rojas Mandujano todavía salió a protestar, con pancarta en mano, contra un gobernador en Chiapas.

          

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