Las fantásticas piñatas de Jesús

Volvió al sur de México con su esposa Alejandra Vázquez y juntos emprendieron una pequeña empresa que dota de seres fantásticos hechos de manera artesanal a fiestas infantiles

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La número 1347 de la avenida Azalea en Jardines del Grijalva, al poniente sur de la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, sobre el valle del río Grijalva, es una casa sencilla con un compartimento especial en el que conviven seres y figuras fantásticas, y este mediodía en el local comparten espacio un pequeño dinosaurio, una sirena, un unicornio y un cerdito, junto a un Minion de tamaño gigante que podría rebasar la cadera de una persona adulta. Se trata de la casa y del taller de Piñatas Alita de la familia formada por Jesús Enrique Morales Legorreta y Alejandra Vázquez Cruz, quienes a dos años de haber iniciado con la confección y venta de piñatas artesanales han cumplido los sueños de muchos niños y niñas en la capital de Chiapas, en el sur de México, de contar con sus preferidas figuras infantiles en sus fiestas.

Mientras Morales Legorreta platica que con el negocio de las piñatas iniciaron el 1 de enero de 2018 a poco más de una semana de que llegaron y se establecieron en la entidad del sureste mexicano, en el taller trajinan Alejandra Vázquez y Suri, una joven educadora que en sus tiempos libres los apoya junto con un pequeño que apenas cursa el nivel básico de estudios pero casi todas las tardes llega a ayudar para aprender a fabricar piñatas originales; Suri está forrando con periódicos algunas figuras sobre una pequeña mesa de madera y Alejandra está cortando los trazos de unos Arturitos de Star Wars, los cuales deben quedar listos para esta tarde noche; y de una cuerda penden unas piñatas de tambor decorados con papel china: junto a un número uno de unos sesenta centímetros de alto está un unicornio decorado en una de las caras de uno de los tamborcitos de 30 centímetros de diámetro. Las de tambor son las piñatas emblema de Piñatas Alita, porque con unas de esas, que se pueden portar unas diez al mismo tiempo sin ningún problema, empezó a abrirse paso Morales Legorreta como vendedor de piñatas en las calles de Tuxtla Gutiérrez. Aparte de esas, están las que fabrican sobre pedidos, las de 60 y 90 centímetros, y las de tamaño especial, como el Minion que aguarda decoración en el piso.

 

Sentado junto a una mesa, en la sala de su casa, Jesús Enrique Morales Legorreta cuenta que Piñatas Alita empezó así: él y Alejandra llegaron de la Ciudad de México a su casa de Jardines del Grijalva el 22 de diciembre de 2017 y fueron recibidos por sus suegros quienes son originarios de Chiapas y que, tras radicar un tiempo en la capital del país, regresaron a vivir en sus tierras. En una de las pláticas con su familia, Morales Legorreta recordó que en lo que llevaban viviendo juntos con Alejandra ella había confeccionado piñatas cada diciembre y él salía a las calles a venderlas, por lo que de inmediato propuso que fabricaran algunas para que él saliera a vender el 1 de enero de 2018. Llegado el día, salió a las diez de la mañana de su casa con una ancha caja de cartón colgada a su hombro, en la que llevaba diez piñatas de tipo tambor, decoradas con varias figuras y frases, incluida la figura del unicornio.  Llegó al centro de la ciudad y se puso a ofrecer las atractivas piñatas a 50 pesos cada una. En poco tiempo las vendió todas, al grado que cuando llegó a su casa, a la hora de la comida, en son de broma su suegro le dijo: ¿En verdad, las vendiste? O las fuiste a botar y te llevaste dinero para luego venir y decir sí las vendí y aquí está el dinero de la venta. Él correspondió con una sonrisa. Más tarde fue a una tienda por unas cajas de cartón grandes y las empezó a trazar para fabricar más piñatas, las cuales vendió unos días después en la Fiesta Grande de Chiapa de Corzo.

Cuando volvió de vender de Chiapa de Corzo, pueblo que está cerca de su casa pero del otro lado del caudaloso río Grijalva, dijo: Aquí empieza el negocio. Platicó con su esposa y acordaron que él haría y dejaría lista la arquitectura de una piñata, desde la medida, el trazado, corte, sellado y emperiodicado o forrado, y ella se encargaría de empelucharlos y decorarlos. Una vez listas las piñatas, él saldría a venderlas, pero aparte había que crear ya el nombre de la empresa familiar y una página en las redes sociales para darlo a conocer y mostrar los productos. Así es como surgió Piñatas Alita, de un hombre que ahora tiene 54 años y que había viajado a Chiapas con la idea de continuar con los trabajos de asistente en producción audiovisual, porque venía de trabajar en grandes empresas del país, y de ella que ronda los 40 años y había estado trabajando en una banca, por lo que seguiría con algún trabajo en contabilidad. Pero este mediodía de martes, ambos orgullosos dicen que Piñatas Alita es una pequeña empresa familiar o compartida, en la que se esfuerzan para que se amplíe, eso sí bajo el principio de no masificación de los productos, es decir, la no producción por mayoreo, porque de ser así perdería la originalidad en la hechura de cada piñata.

Piñatas Alita ya tiene presencia en el mercado, en la zona centro de Chiapas principalmente, de modo que ya tiene pedidos para marzo y junio, algo que le gusta a Morales Legorreta, quien viene de una ciudad donde la gente se acostumbra hacer los pedidos de hoy para ayer o cinco minutos antes de la fiesta; y se trata también de una empresa que no acepta pedidos con la copia o impresión exacta de una figura, porque, además de que Piñatas Alita es prácticamente una empresa de artesanos, el reto es crear, y ese es uno de los motivos por el que el Minion gigante, que bien podría recubrirse en un abrir y cerrar de ojos con una lámina impresa en color amarillo y cintillos azul, aguarda, lo mismo que el puerquito George de Peppa Pig que aún luce desnudo, sin su rosa piel y bata azul, y el pequeño dinosaurio que también espera la magia de las manos de Alejandra Vázquez Cruz, quien comparte que ella nació de padres chiapanecos en la Ciudad de México y que por motivos de estudio y trabajo continuó en esa ciudad hasta su llegada a la casa de interés social que venían pagando desde años atrás, mientras corta unas figuras trazadas en un limpio cartón y que son los componentes de un Arturito.

 

Llegaron a Chiapas porque el neumólogo que salvó dos veces a Alejandra Vázquez Cruz de graves problemas de respiración habló con ellos y les dijo que su paciente ya no podía seguir viviendo en la ciudad, por los altos niveles de contaminación, y que mejor buscara un lugar donde pudiese respirar aire limpio. Entonces, Alejandra propuso viajar a Chiapas y ocupar la casa que habían estado pagando. Jesús Enrique Morales Legorreta, quien llevaba seis años viviendo con ella pero que años atrás ya había radicado en Chiapas, no lo pensó dos veces. Para ella, Chiapas era la tierra de sus padres y para él era el lugar donde había pasado y estado hará unos años 20 años durante un largo recorrido realizado en dos partes y que en su totalidad duró 19 años por todos los países de Sudamérica, además de España e Italia.

Antes de llegar a Chiapas en compañía de Alejandra, Morales Legorreta, hombre entrecano, robusto y de buena estatura, quien creció leyendo literatura de viajes y aventuras, jamás pensó que aquello que aprendió de su padre, un ebanista que se casó con una mujer española y que era práctico en sus decisiones, le serviría para iniciar con Piñatas Alita: se hace esto, se hace de esta manera y sirve para esto. Su padre, un hombre culto y duro, quien se había hecho solo, era práctico y se lamentaba a veces de que su hijo fuera un soñador. Jesús Enrique Morales Legorreta recorrió una parte del mundo, motivado por la lectura de las obras del francés Pierre Loti, quien en sus obras daba cuenta de sus aventuras por el mundo; terminó la secundaria y se marchó al Puerto de Veracruz, donde trabajó a machete y se aguantó hasta encontrar a una mujer quien lo recomendó con su hermano en un barco camaronero, para separar la pesca; luego de un año y medio de estar en el mar, en lo que él llama la puerta al mundo, retornó a la Ciudad de México y tuvo la segunda oportunidad de ingresar a una carrera técnica, con el respaldo de su padre, quien años atrás le había dado una tunda luego de que él confesara que quería abandonar la escuela; concluyó con su capacitación en la industria turística y se consiguió trabajo en un importante hotel donde no mucho tiempo después conoció a una argentina, quien cuatro años después le puso en la mesa la pregunta Te vas conmigo o te quedas; se quedó, pero al poco tiempo tomó camino a Sudamérica y se puso a recorrer países: vendió pinturas, vendió libros cristianos. Dice que él ha sido vendedor desde niño, vendía hasta sus cosas en la escuela. La aventura, en dos tantos, duró 19 años. A sus 37 años retomó lo académico en la Ciudad de México y posteriormente se integró a un equipo de producción audiovisual. Con un hijo de 15 años, cuando llegó a Chiapas, con Alejandra, Alita, como le dicen de cariño en su familia, vio con claridad la posibilidad de emprender un negocio, y por eso cuando volvió de vender en el pueblo de Chiapa de Corzo se sentó con su esposa y lo explicó, sin rodeos, de manera práctica: así nació Piñatas Alita, la pequeña empresa que ha hecho de lo que era el garaje de la casa un dinámico taller donde en la primera hora de la tarde de este martes empiezan a tomar forma unos Arturitos de Star Wars que más tarde irán a sumar alegría a alguna fiesta infantil.

https://solesteview.com/pinatas-alita

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