Jere XVIII

El niño que perdió su mundo

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1873
Jere_capitulo18_SolesteView-Diseño Jhony Galván
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Contó el abuelo que de los hombres que habían ido al cerro unos habían vivido y enriquecido y otros, muerto apenas volvieron a casa. Pero de los que vivieron, aquellos que sintieron que no habían estado más que unas horas dentro, cuando regresaron a casa les dijeron que se habían ausentado durante días, y que aquellos que creyeron que su estancia se había prolongado días o semanas fuera de casa, nadie los echó de menos porque no estuvieron alejados de la familia ni un día.

 

Y de aquellos que habían muerto, se decía que de repente se les veía en alguna vereda, que apenas levantaban la vista y la mano como saludo; que a algunos se les veía tomando un baño en las aguas del río grande; a otros trabajando el campo, a unos divirtiéndose en la feria de algún pueblo vecino, y que tampoco faltó al que alguna vez vieron rondando en las orillas del pueblo, en actitud de alguien que un día decide abandonar su comunidad pero no tarda en retornar arrepentido.

Pero de entre los que habían vivido, se hablaba de uno que daba la impresión de que para él se había detenido el tiempo. Vivía a la orilla, en la parte alta del pueblo. Nunca envejecía. Aquellos que lo visitaban contaban que el hombre de mañana desaparecía y por las tardes se le encontraba en casa, sentado a la sombra de un árbol o a media sala frente a una ancha mesa de madera, sobre la que siempre estaban dos largos cigarros de tabaco, una brillosa pistola con dos cuernos dibujado en la empuñadura y una botella de licor. Pero el jueves de cada semana, principalmente en las noches, no estaba para las visitas. Se decía que pese a que estaba cerrada la casa, se oían murmullos, risas y voces dentro: otra persona, todo de negro, se acercaba por las noches montada en caballo. Llegaba por el patio trasero y se iba antes del primer canto de los gallos. Pero se cuenta que quien no esperó el primer canto de los gallos para un día irse, fue el hombre de la casa: lo vieron salir un mediodía sin siquiera detenerse para cerrar la puerta, tomó camino, atravesó el centro del pueblo y siguió vereda abajo. Jamás volvió y cuando a alguien le dio por asomarse a la casa, su vista se topó con nada y dijo, no se sabe si como lamento o por mayor curiosidad, quién será el que sigue.

*Continúa

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