Jere XIX

El niño que perdió su mundo

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Jere_capituloXIX_SolesteView_Diseño Jhony Galván

 

 Fijé de nuevo la vista en el banco, en un intento por evitar la mirada de la mujer.

Noté un rápido movimiento en el cuerpo del armadillo, como si se hubiera sacudido algún insecto que lo molestara. Era liso su caparazón, con ciertos desgastes en algunos bordes, cual más viejo mueble de la casa.

–Es para niños –dijo la mujer.

No regresé la vista hacia ella, pero sí en dirección a la puerta principal porque justo en ese momento se empezó a estremecer el suelo y a escucharse un ruido como de paso de un tren.

Oí que vino de lejos, pasó frente a la casa y se fue.

Miré a la mujer y vi que no sólo no se había alterado sino que sonreía atenta a mi reacción sobre lo que acababa de ocurrir.

Sentí deseos de llorar pero hice un esfuerzo para imponerme: me dije no tienes que llorar, porque si los gatos te trajeron, los mismos sabrán como regresarte. Me estremecí, porque recordé que desde que se interrumpió abruptamente la oscuridad por donde llegué, no había visto gato alguno.

–Me quiero ir –dije o creí haberlo dicho.

Es seguro que sólo lo haya pensado, porque la mujer hizo como si nada escuchó, se dio la vuelta y caminó hacia la puerta del fondo. Ya del otro lado, preguntó en voz alta:

–¿Quieres comer?

Me acerqué a pasos lentos; ya casi en la puerta, estaba por asomarme a lo que daba por hecho que era la cocina, cuando se escuchó de nuevo:

–¿Quieres comer?

Estaba por responder que sí, pero sentí un latigazo de escalofríos que me paralizó.

Era un maullido.

Sí, un gato había maullado.

 

*Continúa

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