Jere XXXV

El niño que perdió su mundo

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1980
Jere_capítulo-XXXV_SolesteView_Diseño-Jhony-Galván

 

 El volcán se calmó antes de la medianoche, pero tuvimos que esperar un largo rato para salir de la iglesia.

Todo era silencio, afuera.

Bajo la oscuridad infinita blanqueaba en extensión lo que quedaba del pueblo. Una que otra casa se mantenía en pie cual estatua caliza. Unas habían cedido en dos o tres de sus horcones y a lo lejos daban la apariencia de figuras humanas postradas de rodillas. Otras estaban completamente bajo el suelo, cubiertas de arena.

Avanzamos con dificultad sobre la arena suelta para llegar a casa. Mamá y papá recobraron algo de ánimo cuando vimos que una parte estaba en pie. Como la cocina se había salvado por completo, bordeamos la casa media caída y, luego de que papá probó la resistencia de los horcones, nos metimos. No tardamos en tomar camino.

–Vámonos… Vámonos –se oían gritos.

En cuanto salimos de la casa, miré hacia el volcán y vi la imagen de algo parecido a una larga y ancha fila de coches bajando, fluyendo, entre cerros.

-¿Qué es? –pregunté a papá.

–Apúrate –respondió.

Años después oí el relato sobre alguien que había visto descender una larga fila de autobuses siguiendo los cauces de ríos secos en dirección a las comunidades más cercanas al volcán. Autobuses en un lugar sin carreteras y donde los niños no sabíamos más que de carritos de juguete. No conforme, anduve preguntando e indagué que lo que ocurrió fue que esa noche el flujo pirotécnico pasó por encima de otros pueblos cercanos y encontró en los cañones o desfiladeros las vías idóneas para deslizarse con mayor rapidez.

Pero esa madrugada, ante la orden de papá, apuré los pasos.

Atravesamos el pueblo.

Vimos hombres aún removiendo escombros de lo que había sido su casa, también un niño rogándole a su padre que emprendiera el camino con ellos y él respondiendo que se adelantaran y que ya los alcanzaría apenas dejara bien guardadas algunas cosas que no había manera de ponerlas en la espalda por el momento, mujeres trajinando apuradas para unirse a la multitud que avanzaba lenta rumbo a la salida.

Caía una fina lluvia de cenizas.

 

*Continúa…

 

 

 

 

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