De repente se corrió la voz que alguien se había prendido fuego y que un fotógrafo había hecho la imagen.
En el sur de México, un campesino de 18 años había optado por inmolarse frente al Congreso de Chiapas para exigir la liberación de un familiar preso, y mientras desesperado corría de un lado a otro en llamas, un joven fotoperiodista, quien llevaba días pendiente de la protesta, disparó varias veces la cámara.
En la imagen se observa en primer plano al hombre de jean deslavado y suéter negro con la cara desdibujada en grito de dolor, en movimiento, buscando deshacerse de la larga y extensa llama que le cubre el torso y la cabeza. Hay en el piso, cercanos a sus pies, unos jirones de fuego, cual trágicas premoniciones. Y en el fondo, junto a gruesas paredes que acentúan el aire de indiferencia ante el reclamo y el dolor, niños, mujeres y hombres miran con la cara aterrada.
De ese hecho han pasado cerca de cinco años. Ocurrió el viernes 5 de diciembre de 2014 a las 5:25 de la tarde y duró 40 segundos. Pero este mediodía, de un lunes de septiembre, a Jacob García se le crispa la mirada cuando lo recuerda. Tras el rictus de dolor, dice que de tener esa posibilidad él hubiera hecho la foto con los ojos cerrados, para no ver lo espantoso de la imagen, pero también es consciente que de haberlo intentado así, pudo no haber captado el instante.
―Ocurre en milésimas de segundo.
Sentado en la mesa en una pequeña oficina en el centro de Tuxtla Gutiérrez, Jacob García acaba de llegar de cubrir un evento público. Se levanta el gorro y desliza la mano sobre la cabeza afeitada, como si buscara secar cualquier rastro de sudor. De playera de estampas, pantalón de gabardina y zapatos de trotamundos, tiene la pinta de practicante de deportes extremos.
―Soy un fotógrafo callejero. Me gustan las calles porque ahí están las historias.
Jacob García lleva diez años en el oficio de fotógrafo, pero su gusto por la fotografía empezó a sus 16 o 17 años cuando notó con mayor precisión que él no tiene fotos de niño. La primera que recuerda es de cuando egresó de la primaria. Y es por eso que ahora dice que para él la fotografía es un reencuentro con él mismo.
Tampoco tiene algún fotógrafo entre los familiares, como para decir que heredó el gusto por la fotografía.
―Pero ya en la universidad se notaba que te gustaba la fotografía ―le recuerda una periodista excompañera de clases.
Asiente con la cabeza.
Dice que de repente le llamó la atención que en su casa no hubo fotos de carita, no hubo fotos de caballito, pues no había recursos para costearlas.
―Y ahora que tengo a mi hijo, ya te imaginas las fotos que le he hecho ―comenta con orgullo.
El quinto de una familia con ocho hijos, hace diez años Jacob García se integró como parte del equipo de fotoperiodistas de un diario estatal, donde duró ocho años y medio.
Nació hace 37 años en Tuxtla Gutiérrez, la capital de Chiapas, de padre y madre provenientes de municipios diferentes.
Chiapas ha sido el escenario de su trabajo, pero las imágenes que ha hecho lo han llevado a participar en exposiciones en las ciudades de México, Puebla, Pachuca, Zacatecas y Saltillo y en Medellín, Colombia, además de hacerlo acreedor de reconocimientos y premios dentro y fuera del país, de entre los que destaca el tercer lugar del Premio Nacional con la fotografía del joven que se prendió fuego.
―Fue un premio convocado por la agencia Cuartoscuro.
En Colombia, donde quedó finalista en un concurso internacional, ha expuesto su trabajo en dos ocasiones. En México, fue ganador finalista del Festival Internacional de la Imagen en el estado de Hidalgo en 2015.
Y el mismo año en Puebla ganó el primer del concurso internacional en la categoría Fotoperiodismo.
En breve irá a impartir, por segunda ocasión, el módulo de Fotoperiodismo en una maestría sobre especialidad en periodismo en la Universidad de Coahuila.
Con alegría cuenta que eso es también parte de su logro, aunque de inmediato aclara que él sigue aprendiendo, porque lo importante es tener los pies puestos sobre la tierra, no llegar a creer que ya lo sabe todo y que nadie puede decirle nada.
¿Pero cómo ha evolucionado su carrera?
Cuando observa las fotografías que ha hecho nota la diferencia en la técnica que existe entre las primeras y las recientes. También sabe que ahora al hacer una imagen ya no dispara mucho. Si antes oprimía cien veces el obturador, ahora lo hace diez veces. Es selectivo en las cosas que capta con la cámara.
―En milésimas de segundo tienes que ver la imagen y alrededor. Yo trato que mis fotos estén limpias.
Habla apasionadamente, levanta las manos como si con ellas subiera la cámara a la altura de los ojos y mira rápido de reojo a diestra y siniestra.
―Ya disparo muy poco ―suelta.
Cuando va por las calles, siente Jacob que lleva el visor de la cámara en los ojos.
Hace encuadres de personas, espacios y cosas donde va caminando.
Permanece atento.
―Porque hay cosas que pierdes si no puedes emplear una cámara.
Relata que en el mundo de la fotografía el fotógrafo se mete en la vida de la persona y los lugares que va a retratar. Desarrolla una sensibilidad, como ver los ligeros movimientos de una mano y de una mirada y los cambios en un semblante, para estar al tanto del instante que hay que captar.
―Es cazar el instante decisivo.
Apunta, y agrega:
―Ese instante es decisivo para capturar la esencia.
¡De la persona, de la situación!
―Sí, porque un fotógrafo es un historiador a través de las imágenes.
Historia es lo que la sociedad también gana a través de un fotógrafo. ¿Y qué gana el fotógrafo?
―Se gana la foto que va a quedar en la historia, la esencia de una persona y el contar lo que está pasando. A través de la fotografía puedo retratar la realidad que me ha tocado vivir.
Dice Jacob García que le gusta fotografiar a la gente común, para darles voz a aquellos que pasan inadvertidos.
―Me gusta hacer fotografías con impacto social.
Eso lo ha llevado a recorrer comunidades y regiones de Chiapas.
―También las comunidades indígenas, donde la gente es muy natural.
Asimismo, ha estado en otros eventos que lo han marcado como persona, como cuando la gente se saca sangre, se sutura los labios y se crucifica para que la volteen a ver y escuchen su reclamo.
También ha habido momentos en que se ha quedado con el deseo de hacer la imagen, principalmente en comunidades indígenas donde prohíben hacer fotografías. Se ha tenido que marchar con la imagen sólo en la cabeza, porque él es de los que sostiene que ninguna foto vale la pena como para dejar por ella la vida.
Y lo último le ha quedado más claro en los cursos que durante su carrera ha venido tomando sobre protocolos de seguridad en coberturas.
Padre de un niño de seis años y medio, su primera cámara semiprofesional fue una Nikon N75.
En su vida de fotógrafo, a las enseñanzas derivadas de las circunstancias relacionadas con el oficio ha sumado los aprendizajes adquiridos de compañeros de trabajo y amigos fotógrafos.
Admirador de los consagrados Pep Bonet, Juan Manuel Díaz Burgos, Sebastiao Salgado y Enrique Metinides, Jacob García, quien ahora colabora para un diario local y uno nacional, reconoce como sus maestros a René Araujo, Raúl Ortega, Jesús Hernández y Ariel Silva. Del primero le gusta su técnica experimental, del segundo su sensibilidad con los temas sociales, del tercero la nobleza en el acercamiento con la gente y del último esas imágenes que muestran el drama de las personas o la situación. Aunque al final, cada uno se va haciendo de estilo propio.
―A mí me gusta contar historias ―expresa.
Esposo de una mujer con carácter fuerte, quien no se quedaría callada si algo le pasara a él, tiene como proyectos a largo plazo documentar las fiestas y las tradiciones del estado del Sur de México, y realizar un trabajo sobre ciegos y débiles visuales.
―Es que faltan muchas historias por contar ―lo dice con la alegría de alguien que ha descubierto tesoros.
Mas por el momento, ¿cuál sería esa fotografía que represente los últimos diez años de historia de Chiapas?
―Del chico que se quema ―responde.
¿La mejor foto?
―La que haré mañana ―concluye.