Paco Méndez, el explorador en sus dominios

Esta es la historia de un espeleólogo e investigador que ha descubierto huellas de culturas prehistóricas y prehispánicas; y creado el proyecto ecoturístico la Sima de las Cotorras en Chiapas

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Paco Méndez. Archivo Paco Méndez

Contaba Paco Méndez ocho o nueve años cuando su padre lo trajo a ver por primera vez la gran oquedad que se conoce como la Sima de las Cotorras.

Se limitó a mirar desde el borde y retornó a su casa en el pueblo de Ocozocoautla, a unos 18 kilómetros de camino.

La Sima de las Cotorras es ahora un Centro Ecoturístico y Paco Méndez ―Pascual Elí Méndez León― su impulsor.

Esta mañana de sábado de suave lluvia, en compañía de su esposa Pilar y sus dos hijas, Paco Méndez relata cómo fue que este lugar pasó a formar parte de un proyecto para apoyar la economía de una población rural y que él se convirtió en su principal promotor tras un recorrido por el mundo.

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La Sima de las Cotorras. Fotografía: Paco Méndez

A 17 años de haber puesto en marcha el proyecto, Paco Méndez conserva la emoción de esos momentos de gestión, aunque emana esa tranquilidad de alguien que por fin ha conseguido lo que quería.

Paco Méndez se trata de un hombre que da a entender que siempre sabe lo que quiere, aunque él cree que es la vida la que tiene su propio orden y te va colocando donde debe y la necesidad te hace tenaz.

Entonces, tras ese primer asomo a sus ocho o nueve años, Paco Méndez se acercó por segunda ocasión a la Sima de las Cotorras cuando cursaba la secundaria. Y dice que en su álbum está la fotografía de esa excursión escolar.

Venir a la Sima de las Cotorras era entonces una lejana aventura acompañada de cierto temor por los mitos y leyendas que se contaban acerca del lugar, que si era una zona de encanto, que si era un espacio donde algunos hombres adinerados habían hecho pacto con el diablo.

En la Sima de las Cotorras

Pero también era un lugar sobre el que alguna que otra persona había consumado un acto de hazaña del que se hablaba entre la gente, como el de Ciro López Orantes que descendió en 1938, luego de que entre amigos acordaran meterse al agujero de 160 metros de diámetro, 502 metros de circunferencia, 90 metros de caída libre de las paredes y 140 metros de profundidad en el centro.

De los amigos del que era parte Ciro López un doctor se ofreció a donar la cuerda para descender. Una vez lista la soga que habían mandado a fabricar en otro municipio, los amigos la desenrollaron y le dieron vuelta a la plaza central del pueblo para comprobar lo largo que era.

El día del desafío una mula cargada de soga llegó a la sima.

Del grupo de envalentonados, el único que descendió fue Ciro López Orantes.

Y cuando alguien, muchos años después, quiso poner en duda su heroicidad, Ciro López Orantes se trepó a la torre de la iglesia del pueblo, se paró en la punta y dio un giro de 360 grados.

Pero antes que él, el 13 de noviembre de 1897 habían descendido otras personas. Dos hombres. Dejaron escritos sus apellidos Espinosa y Pimentel en el techo de una oquedad en la pared.

En uno de sus primeros descensos Paco Méndez se topó con los datos.

 

Es tan ligera la lluvia, como filamentos de algodón, que da la impresión de que se seca mucho antes de llegar a la tierra o la vegetación.

Desde este restaurante de paredes de piedras y travesaños de gruesos y sólidos pinos, ubicado casi en el borde, se observa que blanquea la pared del otro lado, donde en un rato escalará Paco Méndez sin arnés ni cuerda.

Dice que ese será una de sus primeras demostraciones de escalar sin nada.

Mientras bebe café, junto a sus hijas Pilar y Jama (sol, en lengua zoque) y su esposa,  Paco Méndez narra que alguna vez preguntó al que era el dueño de estas tierras si era cierto que tenía pacto con el diablo.

El hombre con varias propiedades de miles de hectáreas respondió que no.

El argumento anónimo era que el propietario usaba como signo para marcar su ganado una imagen que se encuentra en uno de los techos formados a determinada altura de la pared de la sima. Se trata de un conjunto formado por la luna y una figura con la forma de una copa.

Años después, ya metido en estudios de las pinturas rupestres y con cierto conocimiento de astronomía, Paco Méndez supo que esa pintura se trata de la constelación de escorpio.

Pero el día que habló con el propietario, el hombre le respondió que se había limitado a copiar la figura porque la había visto y le había gustado y porque estaba en su propiedad, un área de más de mil 300 hectáreas.

La sima, identificada más por las cotorras, da la impresión de ser un calendario circular por la manera en que están dispuestos en las paredes los grupos de pinturas rupestres. Ubicados a una altura de alrededor de setenta metros, las figuras pintadas en modo positivo y negativo parecen indicativos de fechas de ciertas actividades. Por ejemplo, hay manos como agarrando un ave, hay abejas, hay hombres bailando y cazando.

También hay cotorras emprendiendo el vuelo.

El danzante. Fotografia: Paco Méndez

Aquí en la sima, entre mediados de febrero y mediados de noviembre de cada año, salen y entran las cotorras por las mañanas y tardes. Mucha gente viene al lugar para admirar el espectáculo que representa la salida y llegada de las aves en grupos. Durante la temporada las cotorras salen desde la primera hora del día volando en modo circular, desde los altos árboles del fondo hasta remontar los bordes. Y cuando retornan, antes de caer la noche, lo hacen de la misma manera, planeando como helicópteros antes de tocar la copa de la vegetación.

―Pero la sima no sólo son las cotorras ―recuerda Paco Méndez.

Paco Méndez ha estudiado a detalle cada una de las pinturas, pero antes tuvo que estudiar sobre arte prehistórico para saber cómo entenderlas. Las ha reproducido en tamaño real y ha llegado a descubrir si una pintura fue hecha directamente con un dedo y con cuál dedo. De hecho, ha tenido la intención de compartir ese conocimiento a través de una muestra de arte prehistórico en tamaño real, pero el Instituto Nacional de Antropología e Historia le ha metido trabas, pese a la apertura de una universidad pública a la exposición.

Ha estudiado las pinturas. Archivo Paco Méndez

Paco Méndez, coautor y autor de obras como Río la Venta Tesoros de Chiapas y El Río la Venta y el arco del tiempo, el segundo prologado por el especialista del mundo en arte prehistórico Emmanuel Anati, ha ampliado los estudios e investigaciones no sólo en el área sino ha hecho otros descubrimientos en la zona reconocida como de ocupación zoque en la antigüedad, principalmente en el Río la Venta, como el Tapesco del Diablo en una de las altas paredes, donde encontró una recámara con bellísimas cerámicas; una cueva con varias vasijas, en una pared como diez veces más difícil de escalar que el área del Tapesco del Diablo, la que exploró 11 años después de haberla visto por primera vez y tras varios intentos de llegar a ella; el Arco del Tiempo y el Espejo Prehispánico.

Es parte de los resultados en los 25 años que lleva explorando.

 

Pasaron muchas cosas para llegar a esto.

Eso dice Paco Méndez.

Mientras lo pronuncia queda viendo a sus hijas, porque comenzó a explorar la Sima de las Cotorras muchos años antes que ellas nacieran.

De hecho a Pilar, su esposa, la conoció en un descenso de demostración que hizo para un programa de televisión.

Pilar sonríe, orgullosa.

Paco Méndez cuenta lo que ha sido de su vida como si esta estuviera predestinado para lo que él hace o ha hecho. Partió de un punto, dio la vuelta al mundo y regresó al punto de partida con otra visión.

En su juventud marchó a la Ciudad de México para cursar la licenciatura en Administración de Empresas Turísticas en el Instituto Politécnico Nacional. Se fue becado, pero sus notas sobresalientes y su actitud proactiva, lo acercaron, un año antes que concluyera su carrera, al gerente de Princess Cruises, quien le ofreció trabajo en cualquiera de los cruceros. La oferta era que ya se fuera a alguno de los barcos, pero él pensó en sus estudios y dijo que no.

Mejor esperaría concursar por el empleo apenas terminara sus estudios, cuando se abriera otra oportunidad. Y así lo hizo apenas egresó de la carrera: escribió a la oficina de la empresa en Estados Unidos y no tardaron en responderle que le notificarían sobre la fecha en que habría que presentar examen en una oficina en la Ciudad de México.

Mientras, con cuatro idiomas y preparación como bartender y en cocina internacional, se marchó a trabajar, apoyado por un amigo, en el restaurante de una cadena de hoteles en Puerto Vallarta, donde su buen servicio lo acercó a un cliente, quien en una corta plática le consultó sobre lo que soñaba para su futuro.

―Sueño con estudiar una maestría en Suiza ―respondió él.

Resultó que el hombre, ya grande de edad, Peter Koestenbaum, quien habría sido responsable de los estudios de espacio interior cuando el hombre fue a la luna, era amigo del dueño de la cadena de hoteles, a quien no tardó en hablarle acerca del buen empleado que tenía.

De repente fue llamado.

―¿Quieres estudiar una maestría? ―preguntó el dueño.

―Sí ―respondió.

―Yo te lo pago, donde quieras, pero quiero que te comprometas cinco años con la empresa ―soltó el empresario.

―¿Le puedo responder mañana?

Dio las gracias, de nuevo. Dijo que no. Había estado pensando en el trabajo en los barcos. Y cuando le notificaron sobre la fecha del examen, partió a la Ciudad de México para concursar.

Aprobó y lo enviaron al Royal Princess, un barco con mil 550 pasajeros.

 

Paco Méndez volvió a Chiapas dos años después de haber ido al crucero.

Eso fue hace 25 años.

Una mañana su padre se encontró con diez exploradores franceses en la plaza central de Ocozocoautla, a casi 35 kilómetros de Tuxtla Gutiérrez.

PacoMQuerían saber cómo llegar a Villaflores para ir a explorar una cueva que está junto a un río, y el único cercano que podría entenderse con ellos era Paco Méndez, quien había recorrido océanos en barco

Entonces les habló de la Sima de las Cotorras y del Tapesco del Diablo. Y fue tal el interés en una parte del grupo al grado que cinco de los exploradores se fueron con él rumbo al Tapesco; a los franceses no les interesó la Sima de las Cotorras porque ya había sido explorada espeleológicamente en 1972.

Se metieron al Río la Venta y llegaron a donde el Tapesco del Diablo ubicado en una pared de 400 metros de altura. Los franceses con poca experiencia para escalar y Paco Méndez sin nada más que la experiencia de observar a un par de escaladores que se veían como diminutos muñecos en una de las paredes del Parque Nacional Dinamos en el centro del país, cuando un compañero universitario lo invitó de paseo; les llevó un mes para alcanzar la cueva, donde Paco se topó con grandes vasijas y otros vestigios prehispánicos, descubrimiento que intentaron adjudicarse luego los franceses con la ayuda del representante del INAH en Chiapas. Cuando Paco Méndez se encontraba de nuevo trabajando en los barcos supo que el INAH había desmontado las piezas de la cueva y publicado un artículo en el que señalaba que el descubrimiento lo habían hecho los franceses y un local.

Molesto, Paco Méndez regresó a Chiapas y se puso a escalar y escalar y explorar y explorar en las paredes del Río la Venta.

Empezó a descubrir más cosas.

 

Publicó un artículo en la revista México Desconocido sobre las pinturas rupestres en la Sima de las Cotorras.

Con otra visión del mundo y de la vida tras su largo viaje, quería hacer algo con el gran agujero que era el centro de mitos y leyendas que venía escuchando desde niño. Sabía que en otros países se habían desarrollado proyectos turísticos con las cuevas en las que se encontraban vestigios de vidas antiguas.

Pensaba en un proyecto ecoturístico que beneficiara la economía rural de la Ribera Piedra Parada, una pequeña comunidad cercana a la oquedad que también se le conoce como dolina de colapso provocada por el estancamiento de las aguas de un río subterráneo. A la par, se informaba y preparaba en el arte prehistórico. En uno de sus viajes a la Ciudad de México se metió a una librería de la UNESCO y pidió todos los libros que tuvieran sobre pinturas rupestres. Encontró sólo un catálogo sobre especialistas en arte prehistórico, pero como llevaba dos mil 700 pesos en el bolsillo se compró otros libros que iban a servirle, por lo que sólo se guardó lo del costo del taxi del aeropuerto para su casa una vez que llegara a Chiapas.

En esa revista descubrió que el especialista del mundo en arte prehistórico es el arqueólogo Emmanuel Anati, de Florencia, Italia; quien con sus investigaciones había revelado la importancia de los miles de petroglifos de Valcamonica. Entonces, cuando fue a presentar su libro a Italia aprovechó a enviarle un ejemplar al profesor. Días después, ya en Chiapas, llamó al número de teléfono que había conseguido y del otro lado contestó Anati, quien comentó que ya había recibido el libro y que lo tenía en la mano, y agregó lo que sería una sorpresa grande para Paco Méndez. Lo invitaba al Encuentro Mundial de Arte Rupestre en Europa. Que escribiera un texto para presentarlo. Con la colaboración de amigos, quienes le ayudaron a preparar un multimedia sobre sus descubrimientos y traducido en inglés e italiano, Paco Méndez viajó al evento internacional, en el que también participó Luigi Luca Cavalli-Sforza, el genetista del hombre de la prehistoria en América, a quien le escuchó decir que en este continente el hombre no sólo entró por el estrecho de Bering sino también llegó del sur.

Tras el encuentro, Paco Méndez fue invitado a la casa de Anati, quien, además de obsequiarle sus libros, lo presentó a otros especialistas en arte prehistórico, entre ellos Jean Clottes, responsable de prehistoria en Francia.

Y ahora, aquí en el restaurante de la Sima de las Cotorras, dice que esas pinturas que están allí en las paredes son el lenguaje escrito nuestro, son signos que nos ayudan a entendernos, quiénes somos y quiénes hemos sido.

 

En el 2000 el abuelo del escalador Ian Wulf de Monterrey dijo a su nieto que en Chiapas había una persona que hacía lo mismo que él.

Le había llegado un ejemplar de la revista México Desconocido, en el que venía un artículo sobre Chiapas, entidad donde el nieto estaba a cargo de la administración de una clínica que operaba bajo el auspicio del filántropo Carlos Maldonado Quiroga a personas con cataratas y de escasos recursos.

Cuando hizo el comentario, el nieto pidió quedarse con el ejemplar de la revista.

Una tarde alguien avisó a Paco Méndez que dos hombres altos y güeros lo andaban buscando por el pueblo.

Cuando llegó a su casa, encontró una nota:

“Somos unos compas regios que queremos conocerte, somos escaladores”.

Decía la escueta nota.

Cuando volvió Paco Méndez al centro del pueblo, se encontró con los muchachos. Desde esa vez, todos los fines de semana viajaban a la Sima de las Cotorras para escalar.

En una de tantas, el administrador de la clínica, amigo de la hija del filántropo, platicó con el benefactor sobre los sueños que tenía su amigo el chiapaneco de convertir la Sima de las Cotorras en un centro ecoturístico. Luego, Paco Méndez tuvo la oportunidad de conocerlo en la ciudad de San Cristóbal de Las Casas, donde lo vio limpiándole los pies a un anciano y prepararlo para la operación de los ojos, y le obsequió un libro.

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La sima, antes del proyecto. Archivo Paco Méndez

Tiempo después, invitado por su amigo para escalar en Monterrey, Paco Méndez fue llamado para que se presentara en una reunión que tenía el empresario filántropo con un representante del presidente electo Vicente Fox Quesada sobre la posibilidad de impulsar un proyecto en el estado del sur de México. Cuando se presentó Paco Méndez, el empresario le pidió explicara lo que había que hacer en Chiapas y cuando notó que el espeleólogo hablaba sobre el estado, lo invitó a que expusiera sobre el proyecto de la Sima de las Cotorras.

A su regreso a Chiapas, Paco Méndez recibió la invitación del gobernador Pablo Salazar para que se presentara en la casa de gobierno para exponer el proyecto.

En cuanto lo expuso, el gobernador soltó:

―Autorizado. ¿Qué más?

―Un museo, en Ocozocoautla.

―Autorizado― repitió el gobernador.

Iniciaron los trabajos y también los obstáculos desde algunas instituciones.

Paco Méndez, quien gestionó recursos ante Petróleos Mexicanos y Caminos y Puentes Federales, logró que este restaurante fuese de piedra y maderas, a diferencia de lo que proyectaba Turismo estatal, una infraestructura de bloc y travesaños de fierro. Y cuando la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas quiso cerrarle el paso bajo la acusación de que estaba talando árboles, él respondió que por la altura y el clima en el lugar no se da el pino, por lo tanto la madera empleada venía de otra región y con el permiso necesario. Y cuando desde el ayuntamiento de Ocozocoautla le retuvieron la ministración de los recursos para costear el proyecto, se puso en huelga con el acompañamiento de unas mil 500 personas. Ante tanto desgaste, propiciado por los obstáculos, la Cooperativa Tzamanguimó, que contaba con unos 80 integrantes, se quedó con 30 socios.

Ahora, son menos los integrantes, de la cercana comunidad de Ribera Piedra Parada, quienes administran el Centro Ecoturístico la Sima de las Cotorras.

 

Es casi mediodía y Paco Méndez, vestido de ropa deportiva, ágil, invita a dar un paseo a cierta profundidad de la Sima.

Rato hace que el sol ha suplido la llovizna.

Además de sus hijas y esposa, al grupo se han sumado Adrián Zenteno, un joven que lleva años aprendiendo de él a explorar, y un extranjero maltés.

Un sinuoso camino que termina en un reducido y rocoso andador conforme va descendiendo lleva a donde algunas pinturas rupestres; se trata de un estrecho pasadizo que bordea la sima a una altura de unos setenta metros.

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El cazador. Pintura rupestre. Fotografìa: Paco Méndez

Para llegar al fondo, sólo a rappel.

Dice Paco Méndez que esos frondosos árboles del fondo alcanzan los 40 metros de altura. Y lo secundan su esposa e hijas. Vienen a escalar seguido. De hecho, Pilar señala un pequeño descanso donde se detenía a darle de comer a las bebés cuando descendía y subía con ellas. Jama es la más chica y ríe cuando oye hablar a su madre.

Pero esta vez se limitarán a observar al padre cuando escale sin arnés ni cuerda, sólo con magnesia en las manos.

Pilar y su madre miran estoicas cuando Paco Méndez toma impulso y se coloca en la pared, como a setenta metros del fondo y a veinte metros del borde.

Jama se acerca hacia una oquedad en la pared y pone la mirada en otra cosa que no sea su padre. Llora en silencio.

Su padre, un hombre de 56 años, avanza en la gran pared.

Al rato, cuando ya todo haya pasado, recordarán que un día Paco Méndez se desprendió con una capa del techo de una oquedad cuando escalaba afortunadamente no a muchos metros de una plataforma natural pero sintió la muerte, en otro incidente se rompió el talón y en otro, cuando escalaba con un guía en Europa, éste dejó caer una piedra que pasó a una velocidad endemoniada y le hizo trizas la mochila que llevaba en la espalda, y en otra ocasión por poco lo pasa a traer una piedra que dejó caer su alumno. Pero esta vez ha subido y bajado con la liviandad de un jovencito.

Abraza a su hija Jama.

―Hace 25 años que la conozco ―dice.

Habla de la sima.

Se aleja dos o tres pasos, a un espacio totalmente despejado. Se le ve contento. Está en sus dominios.

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