Siempre se ha hablado de cerros y montañas con puertas ocultas y se dice que el volcán Chichonal tiene un acceso.
Eso es lo que he escuchado y relatos de lo que habrían visto y vivido aquellos que en algún momento se toparon con la puerta y franquearon su miedo y entraron.
También se dice que por las noches o de día de ese lugar salen personas o animales y se pasean en las veredas o en los alrededores de los pueblos.
Que ha habido gente que ha entrado y con el tiempo se ha hecho de riquezas pero que al morir ha pasado a pertenecer a ese lugar.
De esto último algunas personas se preguntan de qué otra manera podría explicarse que alguien que casi nada tiene pasa a tener cientos de cabeza de ganado pero que al morirse es como si se fuera a la tumba con cada peso de su dinero y con cada res. Se esfuma con todos sus bienes y su familia se queda en las mismas: sin nada.
En este pueblo ha habido varios casos, de modo que la gente ha terminado por creer que en algún lugar está el acceso por donde se puede ir por el tesoro, pero, aunque supieran dónde encontrarlo no creo que todos quieran ofrendar su vida. Si así fuera este no continuaría sólo como un pueblo.
–En cuando dijo eso el abuelo, recordé la proyección de una gran ciudad que la mujer del gato había hecho sobre el pueblo.
–Pero tenías que cuidar el gato –dije, nomás por decir.
Jere asintió, pero en vez de retomar de inmediato el relato que escuchó del abuelo bajo la luz de las llamas del fogón, levantó la vista y dijo de pronto: no te muevas. Me miraba anonadado.
Quedé quieto. Vi cómo de sus ojos poco a poco refulgía el brillo, como si emergiera de tiempos lejanos. Recobraban vida.
–Tranquilo, tranquilo –musitaba mientras acercaba una mano a mi hombro.
Lo miré extrañado.
Repasé de soslayo el local del café. No vi que nadie más que el de la mesa contigua nos pusiera atención. De hecho, el hombre de al lado observaba absorto, concentrado principalmente en los movimientos cuidados y lentos de Jere.
–Fue una sorpresa para mí encontrar a la multitud al día siguiente justo en el acceso al agujero, era como si me esperaran. De hecho, desde que salí de casa e iba por la vereda sentía deseos de encontrarlos. Me alegró el alboroto con el que me recibieron –dijo Jere al momento que retiraba la mano que tenía cerca de mí y buscaba la taza de café.
Sonrió.
*Continúa…