Jere XVII

El niño que perdió su mundo

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Jere se removió sobre la silla y bebió largo de la taza de café.

A pesar de que lo tenía frente a mí, sentí cierto temor por él.

Lo imaginé pequeño y asustado creyéndose perdido para siempre.

–Sí, había desaparecido el camino –repitió.

Su voz sonó algo distinto, con un tono de desesperación.

Levantó la vista y la fijó encima de mi cabeza como si notara la presencia de otra persona tras de mí y de repente lo vi aterrado.

–Era ella, la del gato –dijo.

Pero luego contó que lo que realmente lo asustó fue que cuando giró para ver el boquete por donde había llegado, su vista no se topó, aparte de la mujer que estaba ahí parada con su cara redonda, cuerpo ancho, alta y largas trenzas, ni con la oscuridad de la profundidad ni con el agujero. Lo que vio fue un largo camino que llegaba serpenteando hasta donde él se encontraba parado frente a una mujer y continuaba entre campos y más allá pasaba entre casas y se perdía lejos.

De golpe, se sintió tan solo en campo abierto, a merced de la mujer.

–Sígueme –ordenó con familiaridad.

Seca se oyó la voz de la mujer. No hizo comentarios, menos preguntas.

Emprendió el camino.

–La fui siguiendo a dos o tres pasos y ya habíamos avanzado cuando vi que algo se movía dentro del morral que llevaba.

 

*Continúa

 

 

 

 

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