Jere XXXVII

El niño que perdió su mundo

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Imagen colaboración

Jere colocó un objeto oscuro sobre la mesa. Era circular y de un grosor que no llegaba al medio centímetro. Tenía dos rayas blancas paralelas en una parte del borde. Bajo la luz, se me figuró una piedra pulida o una semilla recién extraída de alguna vaina. Llevo con ella casi cuarenta años, escuché que dijo Jere, cuando cogí la pieza. Era dura y sin deterioro alguno por el tiempo. Le di dos golpecitos en el centro y sonó consistente.

–Es tuya.

Hice como si no hubiera escuchado. Extendí la mano izquierda y la cerré con la semilla dentro. Apreté. Sentí que una ligera corriente de energía recorrió mi brazo.

–No. Es tuya –respondí.

Ahora fue Jere quien hizo como si no me escuchó. Continuó con el relato de que la semilla llevaba con él desde el día que se la entregó aquel muchacho al final del segundo viaje al cerro, salvo un día que notó que había desaparecido del lugar donde la había colocado pero al siguiente ya estaba de nuevo justo como él la había depositado.

Devolví la semilla a la mesa. La cogió Jere y se puso a jugar con ella.

La dejó caer una vez.

La levantó y dijo que como ya se aproximaba la fecha en que había hecho erupción el volcán, pensaba en obsequiármela.

–Te pertenece–dijo

Y deslizó la semilla hacia mí.

 

*Continúa…

 

 

 

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