Jere XXI

El niño que perdió su mundo

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jere_capítulo_XXI_solesteView_Diseño_Jhony Galván

 

Era un gato idéntico al atigrado, pero de un tamaño que alcanzaba la altura del taburete que estaba a su lado. Giró y puso los ojos en mí apenas entré a la cocina, bostezó. Obedecí la nueva orden de buscar donde sentarme y me acomodé sobre el rústico mueble, con los pies colgados. Un suave golpe sentí en el pie izquierdo, pero no quise bajar la mirada porque me encontraba observando a la mujer que estaba descolgando unas tiras de carne seca que pendían de una vara atravesada a suficiente distancia de la lumbre para que no recibieran más que el calor y el humo del fogón. Sentí otro golpecito en el mismo pie, pero justo en ese momento vi que se movieron cual culebras las tiras que tenía la mujer en las manos, aunque a esto último no le di mayor importancia porque apenas me pasé la espalda de la mano en los ojos noté que la carne seca no era más que eso. Entonces, se incorporó el gato y deslizó lento y suave su cuerpo sobre mi pierna izquierda y alcanzó a rozarme el pómulo con la ancha y esponjada cola. Se pasó a mi derecha. Bajé la mirada y sus manos anchas me hicieron recordar aquella mano felina que debajo del canasto tomó la lagartija de dos colas que salí a cazar la mañana en que cientos de gatos libraron una batalla con mi madre por los pollos que quedaron desplumados y muertos en el patio. Miró hacia mí y abrió y cerró los ojos como un acto de complicidad. Gruñó despacio.

Pensé en la multitud de gatos

El gato miró de nuevo hacia mí, parpadeó y movió las orejas.

Era como si leyera mis pensamientos.

Para salir de duda, resolví acercarle mi pie derecho.

Se oyó un ronroneo.

Levanté el pie y el gato hizo lo mismo con la mano como si buscara sencillamente toparlo en un gesto amistoso.

Pero soltó un zarpazo. Algo entre sus garras, se removió, siseó.

 

*Continúa

 

 

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