En 1919 nació la cantante Chavela Vargas, el actor y cantante mexicano Antonio Aguilar, el juglar de música de acordeón Alejandro Durán, y el curandero experto en medicina tradicional Gervasio Barrios Bravo, quien hoy tiene 99 años, vive en el municipio de Los Córdobas, a una hora de la ciudad de Montería, en el caribe colombiano, y quien dice que “la vida es un burro en el que todos estamos montados”.

Barrios nació en Puerto Escondido, municipio de Córdoba. Dice que su infancia y juventud fueron “regulares”, porque nació en una familia humilde, con muchas dificultades: “A veces había más piedras que arroz en los platos. Andábamos tan flacos que no dábamos ni sombra”. Tuvo que trabajar mucho en esa época para poder subsistir, sobre todo pescando y vendiendo mangles, ceibas y otros tipos de maderas a los comerciantes de la región.

Está sentado, sin camisa y de espaldas a la pared, con un bastón a su lado. ¿Qué recuerda de su familia?, le pregunto. Dice que compartió muchas experiencias con su padre, quien le enseñó sobre muchas cosas, que algunas de ellas tienen nombre y otras no lo tienen. Sobre todo, aprendió a curar las mordeduras de víboras, especialmente de la Patoco, una serpiente que abunda en la región y que es peligrosísima: “Todos los días se sabe de casos sobre mordeduras de estas serpientes, que son mortales, si no se tratan a tiempo”.

Patoco le llaman al Nasutum -nombre científico-, viene del latín nasutus, que significa “nariz larga”, término que se refiere al hocico, el cual está fuertemente elevado hacia arriba, convirtiéndolo en un apéndice nasal. Se alimenta de lagartijas, aves, ranas, roedores pequeños y lombrices de tierra. Puede llegar a medir 60 centímetros y anda, sobre todo por las noches, enroscada entre la hojarasca del monte, entre raíces de árboles o en las pequeñas madrigueras de otros animales.

 “Dios no hizo nada incompleto –dice don Gervasio-. Lo que pasa es que a uno no le alcanza la vida para conocer y saberlo todo. En mi caso aprendí algo de plantas que sirven para curar la mordedura de culebras. Me enseñó mi padre, quien también aprendió de otra gente, porque nadie nació sabiendo. Yo estoy enseñándole a dos de mis hijos, Eleazar y Eder, todo lo que sé”.

La casa donde cura

Manifiesta no recordar la primera vez que ayudó a alguien y tampoco cuántas personas han pasado por su casa en busca de auxilio. “Hace media hora salió un muchacho de aquí, de San Rafael, mordido de culebra”. ¿Y cómo es el procedimiento para curarlo? Me dice que primero ve la zona en que el animal mordió. “Los orificios donde los colmillos entraron, normalmente se cierran enseguida, pero esas heridas hay que abrirlas, porque muchas veces los colmillos de la serpiente quedan enterrados y hay que extraerlos”.

Don Gervasio se levanta, se mete en una de las habitaciones de la casa, que está ubicada en el Barrio Nuevo. Sus paredes grises son de ladrillo desnudo, los muebles son pocos y muy sencillos. En una mesa hay unos recipientes de plástico, un búho de yeso como adorno, que tiene los ojos enormes, curiosos, parecen vivos y a punto de pestañear. La ventana tiene barrotes de hierro oxidado y el viento hace volar una cortina de colores que en otros tiempos fueron de carnaval. Una casa pobre, limpia, pero en una calle sin pavimentar, que tiene los charcos de una lluvia reciente.

Regresa con una mochila de tela, se sienta de nuevo, saca un cuchillo muy pequeño que tiene un garfio en la punta. “Yo con este cuchillo escarbo en la herida. A veces tengo que cortar para poder sacar los colmillos del animal, porque en ocasiones quedan muy profundos. Mire usted, ya me tiembla mucho el pulso, es por la edad, entonces tengo que pedirle ayuda a mi hijo y a mi yerna para poder curar a las  personas que llegan por aquí. Después de sacar los colmillos, pongo en la herida la cura que preparo y espero a que haga efecto la medicina”.

Don Gervasio dice que la hierba que más usa, junto a otras que también maneja, pero que no puede revelarme, es la ‘Capitana’, que da unas flores muy bonitas que sirven para hacer algunas de sus pócimas. Su raíz le sirve para preparar ungüentos especiales. También saca de su mochila un rallador que le sirve para hacer polvo de maderas curativas, que tienen propiedades para sanar diferentes dolencias.

 

El origen                                  

Hace más de 50 años que vive, junto a su esposa e hijos, en Los Córdobas, municipio situado a 57 kilómetros de la capital departamental, Montería. La población se aproxima a las 30.000 personas, que se dedican a la ganadería, agricultura y pesca, aunque en los últimos años se aprecia un crecimiento de la actividad turística, por el nuevo Muelle Turístico que tiene sobre la costa del mar Caribe. Los fundadores y primeros pobladores del pueblo eran de origen chocoano, comerciantes que recorrían la costa desde Urabá hasta Cartagena, y que por razones del destino se quedaron allí y crearon el asentamiento que se convertiría en municipio en 1963.

Ha tenido seis hijos, cuatro mujeres y dos hombres, más de diez nietos, y algunos bisnietos, pero no muchos. Algunos hijos están en Cartagena, Montería y Venezuela, otros viven aquí en Córdoba. Tiene un nieto que vive en Bogotá: “Allá está jugando fútbol, es arquero, se llama Keyver Martínez Ladeu”. Sobre sus hábitos de vida, dice que no hace nada especial: come mucha yuca, plátano y se acuesta muy temprano.

 

Nadie se las sabe todas

Un hombre, trabajador campesino, llega a la puerta de la casa, que siempre está abierta, se quita el sombrero, y mientras lo sostiene sobre el pecho como si hiciera una reverencia, saluda. Don Gervasio dice que es uno de sus pacientes, a quien que le mordió una víbora, Patoco, hace ocho días. Se llama Guillermo Guerrero. Se alza la bota del pantalón y puede verse su pie derecho hinchado, con un tono oscuro en la piel y una herida en el tobillo.

 “Soy labriego. Me gano la vida trabajando cultivos. No sé cuándo me mordió la víbora. Creí que me había abierto el pie por alguna torcedura, porque empecé a sentirlo pesado. Me vine entonces para acá, porque Don Gervasio sabe mucho de estas cosas y ayuda a la gente como yo, aunque no tenga plata”, cuenta, “es que él sabe mucho de esos misterios donde solo entra mi diosito y la luz”.

Tuvieron que sacarle los colmillos, le extrajeron el veneno con un parche especial, mojado con una crema hecha con ‘Ñipi Ñipi’, un arbusto grande de la región. Se está haciendo unos baños con plantas recetadas y guarda reposo por varios días para poder recuperarse. Se despide: “mañana vengo y les traigo una encomienda”. Se pone el sombrero para continuar, cojeando, su camino bajo el sol violento de la tarde.

Don Gervasio también prepara unas bebidas, que conserva en botellas, de varios tamaños, y que da de tomar a sus pacientes para curarles diferentes afecciones. Un ron compuesto por varias maderas, yerbas, semillas y piedras, que tiene múltiples propiedades para curar y aliviar muchos traumas del cuerpo y el alma, dice, mientras levanta el dedo señalando el cielo.

 “Nadie se las sabe todas. Mucha gente se olvida que la vida tiene hora de salida y de entrada. Yo conozco el tratamiento de mordeduras de serpiente, y puedo decirle algo con seguridad: no se me ha muerto nadie por un caso de esos. Si llega a tiempo donde estoy, puedo salvarlo. Pero si no, la curación puede ser más difícil, porque nadie llega tarde a su propia muerte.”

 

Una autoridad

Por su parte, la esposa de Gervasio recuerda: “Me acuerdo de un señor, apellido Andrade, quien vino mordido y se hinchó hasta el pecho. Creía que ese hombre se iba a morir. Se le daban las tomas y él las vomitaba. Tuvo que quedarse como una semana aquí, en una habitación especial que tenemos para las personas que llegan en busca de ayuda. Poco a poco fue recuperándose y logró salvarse”.

Gervasio comenta el caso de un muchacho llamado Daniel García, oriundo de Canalete, quien vino desde el hospital de Montería porque allá no le encontraban curación a una mordedura de víbora que sufrió en uno de sus brazos. “Debido al veneno se le empezó a caer la piel, los músculos y hasta los tendones. Olía muy mal y sufría de dolores que lo hacían gritar.  Allá en Montería le iban a cortar el brazo, pero su familia no quiso que le practicaran la operación. Se lo trajeron para acá y se tomó unas pócimas que tengo, también se aplicó unos baños, que poco a poco lo compusieron”.

 “Daniel viene a visitar de vez en cuando. ¡Está gordísimo! Por eso es importante que Gervasio esté enseñándole todo lo que sabe a uno de sus hijos y a una yerna. Aquí también han traído a niños de brazos, enfermos, de familias que no tienen con qué transportarse y pagar un médico, a ellos se le dan remedios caseros para sus males”, dice su mujer.

Por todos esos años curando, salvando pacientes que no confían o no son cubiertos por el precario sistema de salud del municipio y de toda la región, Don Gervasio es reconocido en Los Córdobas y sus alrededores. Lo respetan, es una autoridad en medicina tradicional, la misma con saberes que hoy parecen condenados a extinguirse porque cada vez quedan menos portadores del conocimiento y muy pocos esfuerzos por documentar y poner al servicio de la gente toda esa sabiduría ancestral.

 “Aquí regresan muchas de las personas que se han curado –continúa-, se presentan hasta con gallinas y regalos, agradecidos porque pudieron salvarse de sus males y picaduras. Cuando Gervasio cumple años, el 24 de diciembre, varias personas mandan pavos y gallinas de regalo”.

Cosas que no son de este mundo

Usted sabe que la ciencia ha avanzado mucho -le digo a Gervasio-, surgen nuevas curas contra enfermedades, medicamentos, máquinas y tecnología que apoyan los tratamientos en los hospitales. Todo eso hace que las personas duren más años, se aumente la expectativa de vida. ¿Usted qué piensa de eso, ya que trabaja con remedios antiguos, que no usan los médicos tradicionales?

 “Mire, todo eso es bueno, pero hay cosas que no son de este mundo, para las que no hay aparatos, y sólo Dios sabe de esas cosas. A mí en Puerto Escondido, cuando era joven, empezando yo la vida, me pasó algo muy extraño. Me acuerdo como si fuera ayer. Una vez salí a pescar y me salió una aparición, una mujer, que era de piel clara, con un pelo agajado. Eso me sorprendió tanto que nunca pude olvidarlo, creo que eso me cambió la vida. Es que las cosas del corazón hay que pensarlas con la cabeza y las de la cabeza hay que pensarlas con el corazón. Mejor no le sigo contando las cosas extrañas que me han ocurrido”.

¿Y qué consejo le daría a alguien que empieza la vida?, pregunto. Don Gervasio se queda en silencio, se queda mirando el suelo, después levanta la cabeza y echa el brazo hacia atrás para agarrar con las manos los barrotes de la ventana. Ahora mira el aire, se rasca el cuello, y dice que no se atreve a recomendar nada, porque la vida es como un burro en el que todos estamos montados. Sólo quien está montado sabe cómo es ese burro y hacia dónde va.

Esta crónica es parte del libro Líderes y lideresas del Caribe afrocontinental e insular colombiano narran sus vidas, editado por Grupo de Investigación sobre Igualdad Racial, Diferencia Cultural (Idcarán) y la Universidad Nacional de Colombia. Fue publicada recientemente por El Espectador de Colombia.

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