Una crónica de Kristian A. Cerino

En la bocina del parque se anuncia con voz prolongada el debut de un pelotero de Mexicali: es un joven de 21 años que de niño jugó en un campo desértico del ejido Guanajuato en Baja California. La misma voz del altoparlante dice que el norteño jugará con el número 5 y que es la nueva adquisición de los Diablos Rojos del México. El beisbolista no sabe que muchos años después estará en Tabasco, en un campo, enseñando a niños cómo cachar y cómo batear. No lo sabe, porque este es un día de 1965. Durante el juego, estará concentrado en cuidar que los bolazos que vayan por su zona, la segunda base, sean atrapados por el guante, y estará pendiente, con una mirada fija, en pegarle a la bola cuando sea su turno al bat.

Armando Barajas Hernández ha jugado béisbol en Baja California, Sonora y Tabasco en ligas menores y a dos años de haber salido de casa tiene en claro, en el debut con los Diablos Rojos contra Pericos de Puebla, que las piernas no deben temblar, que la bola no puede perderse, porque no está jugando como un practicante, allá en el ejido. Y alrededor de 50 años después, ya como entrenador en Tabasco, con la misma claridad recordará que en el juego del debut, cuando un roletazo salió con dirección a segunda base, tomó la bola, pisó la almohadilla y lanzó a primera; supo que el sueño de jugar en la Liga Mexicana apenas comenzaba.

Barajas había salido de Mexicali en 1963. Viajó de norte a sur para preparar aún más su carrera profesional en la Liga del Sureste. Sus “grandes atrapadas”, reseñan las crónicas deportivas, y sus batazos de hits fueron méritos suficientes para que Diablos, “una noche”, lo llevara de Tabasco a Puebla, el equipo al que enfrentaría en la segunda vuelta de la temporada. La idea era reforzar al club de la capital:

“Al bat, con el número 5, Armaaaaando Baraaaaajas”…

Barajas, un joven moreno y delgado, se ha parado cerca del pentágono. Es un bateador derecho que sus números le avalan.

Imagínese usted lector. En este momento un cronista poblano está diciendo “o lo ponchan o da de hit. No es lo mismo un cuarto que un séptimo bat”. Barajas es séptimo: “señoras y señores, de costado el pitcher lanza una recta de 85 millas, y Baraaaaajas da de hit”.

Barajas ha corrido muchas veces, en ligas estatales, por las bases. Ahora que le vemos correr y envasarse es la primera ocasión que lo hace en el máximo circuito.

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En 3 juegos celebrados en Puebla, entre viernes y domingo, el bajacaliforniano les conectó cinco sencillos a los Pericos. Si los aficionados a los Diablos estaban contentos por el segunda base y bateador Bajaras, lo estaba más el manager Tomás Herrera El Sargento.

“La promesa del beisbol mexicano”, llamado así en las notas periodísticas y en algunas columnas, regresó al parque de pelota del Seguro Social, la casa de los Diablos. En el autobús, ya relajado, estaba feliz por el debut en Puebla.

Sin presiones de la prensa, porque los recortes periodísticos guardados por la familia Barajas– coincidieron en los halagos, Barajas también les bateó con fuerza a los Sultanes de Monterrey. ¡Y no sólo eso! También evitó, como intermedialista, que muchas pelotas se fueran de hit.

La respuesta del jugador no fue fortuita. Leo Rodríguez, instructor de béisbol, y el cubano Héctor Rodríguez, le habían dicho al Sargento que Bajaras “era seguro” a la defensiva como a la ofensiva. De tres turnos al bat, Barajas -desde ya- lograba envasarse en un par de ocasiones.

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Al norteño, escuchar su nombre por el altavoz del parque y los aplausos de los fanáticos, le emocionaron: “era lo máximo (porque) se enchinaba un poquito el cuero”.

En los años en que el hijo de Rito Barajas y Guillermina Hernández empezó a jugar pelota caliente, a los beisbolistas no les ponían canciones como sucede ahora en los estadios.

Lo único que les imponían eran multas si no estaban atentos a las instrucciones del manager. A Bajaras nunca le amonestaron pero sí a otros de sus compañeros por llegar tarde al hotel, ser frecuentes a fiestas, y por no asistir a un entrenamiento.

Cómo podría no asistir Barajas a un entrenamiento si el béisbol siempre es y será su pasión. Algunos aún recuerdan que los Diablos Rojos del México -con Barajas, Abelardo Balderas (short stop) y Moisés Camacho (tercera base)- llegaron a poseer la defensiva más joven de la Liga Mexicana.

Armando Barajas (B) y Abelardo Balderas (B) eran las iniciales más sonadas en las crónicas publicadas entre 1965 y 1966:

“Estos peloteros, los B, juegan a ritmo de a gogo”, “Barajas es un chamaco que ha jugado con acierto en la Liga del Sureste y en quien los directivos Rojos cifran grandes esperanzas… con este movimiento el México luce una muy juvenil llave de dobles matanzas: los doble B o los BB”.

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Los Barajas de Baja California Norte amanecen hablando de béisbol. Así pasan durante el día, y cuando la cae la noche sólo se les escucha decir fue safe o out: ¿Vería bien el ampáyer la jugada?

Armando Barajas aprendió a jugar béisbol por su abuelo Fernando y por Rito, su padre. No sabe la fecha exacta, sólo que al abrir los ojos ya tenía el guante y el bate como todo un Barajas y que en el ejido Guanajuato había un equipo llamado Licores Alba dirigido por José Montes.

En la colonia Gómez realizó sus primeros lanzamientos. Don Fernando era el manager del equipo de la familia y Don Rito la hacía de ampáyer en aquellos campos sin césped que pululan en el norte. Con el tiempo, dejaría la colonia, el ejido, y se centraría en jugar en Mexicali para representar al estado en olimpiadas, ganaría en la ciudad de México y también en San Luis Potosí.

A Barajas, en el proceso, le acompañaron otros hermanos menores. Uno de ellos, Roberto, que pudo llegar a la Liga Mexicana, mas una fractura en el brazo lo hizo cambiar de opinión y de profesión.

Barajas, Armando, siguió jugando en la adolescencia con el respaldo económico del abuelo y del padre. No era una familia adinerada pero al menos no vivían en otras condiciones como el resto de los californianos. Tenían ranchos. No eran muchas vacas, pero de las ganancias se tomaba el dinero para comprar guantes, pelotas y bates. Una de las razones sobre el por qué en varias comunidades del país no se juega béisbol es porque hacerlo requiere de mayor inversión si se le compara con el fútbol, practicar el balompié basta con comprarse una pelotita aunque se juegue descalzo.

Guillermina, la madre de Armando, pocas veces opinó sobre el futuro del mayor

—Nunca me regañó, ni nada—dice el ex pelotero en su casa.

Sin embargo, Guillermina sí sufrió aquella tarde en que un pitcher de nombre Homero Buendía le dio un pelotazo “a su niño” en la oreja. Armando creyó que al serpentinero le daría de hit. Se quedó con las ganas.

—¡Tiraba duro!

La sangre en el rostro de Barajas impactó a los aficionados, a los jugadores del Diablos y a los periodistas que llevaron a sus páginas el “bolazo” con las fotos del momento en que el pelotero era retirado del parque en camilla.

Unos años antes de debutar en Liga Mexicana, Barajas también se lesionó jugando con Alijadores, un equipo norteño.

En una fotografía de periódico, el beisbolista es retirado en brazos, sin un zapato, y con un rostro doloroso por una lesión en el tobillo.

—Un paisano de Mexicali por barrerse me cortó un poco la pierna. A él, Armado Murillo, el pitcher (en venganza) le dio un pelotazo cuando estaba en la caja de bateo.

Esto no lo detuvo. Barajas regresó y apareció de nuevo en llamados, crónicas, portadas y contraportadas de los diarios deportivos: “con bambinazos de Barajas el equipo vuelve a ganar”. Así vivió varios años sin olvidarse de Mexicali a donde regresaba constantemente a firmar autógrafos, bates, guantes, camisolas, y de paso, convivir como un auténtico hijo del pueblo. El diario El Mexicano tituló: “Fiestón en honor del pelotero de la colonia Gómez, Armando Barajas”, con un segundo párrafo: “alegría desbordante en la casa de los Barajas, donde Rito, el jefe de la misma, sonriente y amable, atendía a los numerosos amigos del retoño”. Aún no llegaban los años maravillosos de su carrera pero ya Tomás Morales, redactor del diario La Afición, escribía: “el novato Armando Barajas vivió su mejor día en esta capital con tres imparables en cuatro viajes”.

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Cuando le pregunto a Barajas a quién le debe su paso por el béisbol mexicano, no duda en decirlo con inmediatez: al buzo Montes. Jesús “Buzo” Montes Hernández observó con atención la manera en que Barajas se movía con velocidad en la segunda base y creyó que el joven de Mexicali tenía como arma pública el no cometer errores durante el juego.

Barajas vivió en la casa del Buzo en los días en que el pelotero trabajaba en una mueblería a la espera de una oportunidad de debutar en una liga como la mexicana.

—En la mueblería que nos patrocinaba los juegos, trabajamos varios beisbolistas jóvenes, (entregando roperos y camas)

El Buzo fue promotor del béisbol norteño en Mexicali y manager de varias categorías y equipos de la pelota caliente.

—También le debo (mi carrera) al Guaymas Suárez, otro promotor del béisbol en Mexicali.

El Buzo Montes, con Barajas y otros “chamacos” de Mexicali, sorprendieron a muchos. El selectivo del Buzo llegó a jugar la final contra Sinaloa en los V Juegos Juveniles que se realizaron en la ciudad de México.

La selección de Mexicali, con sus victorias, acapararon los espacios de la prensa “Gana Mexicali a (Cerveceros de) Carta Blanca”, “Vimos brillar con luz propia a Armando Barajas, con atrapadas de ensueño en el jardín central” en el parque Hidalgo, uno de los primeros estadios con barda en el que Barajas se sintió grande a los 17 años:

—Me motivaba porque (el parque) estaba lleno.

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El Buzo, como El Guaymas, vio jugar al joven Barajas en el jardín central. Pero a su llegada a Sonoyta, Sonora, lo empezaron a “probar” en la segunda base. Aquí, en esta posición, quedó por muchos años. Algunos que le vieron en acción, juran que en días extraños lo alinearon como short stop y tercera base, unos juegos con el número 5 en la camisola y otros con el 18 y el 27.

Mexicali es una cantera de peloteros en México. El 4 de septiembre de 1965 en la página 3 de El Mexicano, los lectores del norte leyeron: Los pingüicos en la oficina de Pepe Ibarra. Armando Barajas no había firmado solo con una de las mejores franquicias del país, sino también otros paisanos.

En una imagen en el ático de la página principal de deportes, publicada hace 47 años, se lee como pie de foto: “para conocer las condiciones económicas, físicas y morales en que se encuentran en San Luis Potosí, bajo la dirección de los Diablos Rojos, ayer se reunieron los peloteros de Mexicali que juegan con aquella sucursal en la oficina de José Ibarra, consejero de la organización. Una panorámica de Chuy Ramírez captó dicha reunión”. Los peloteros (Adalberto Contreras, Jaime Isabel Salas, Raúl Gómez, Armando Barajas y José Luis Salas), fichados por los Diablos, posaron para la lente de Chuy Ramírez días después de haber ganado el gallardete de la Liga Central a los Tuneros.

Ya en Diablos, Barajas fue cedido a la liga invernal y en 1965 jugó con los Naranjeros de Hermosillo. Además de jugar durante el verano en la Liga Mexicana de Béisbol lo hizo en la del Pacífico en donde “lució”, con el bateo, según los cables de agencias.

A través de un mensaje telegráfico a los diarios de Baja California (ahora lo habría hecho en las redes sociales) el mismo Barajas confirmó su pase a Naranjeros. Con el tiempo, y después de permanecer 10 años en la organización Diablos Rojos del México como jugador, coach, manager de sucursales y buscador de talentos, aún jugó con otros equipos como Rieleros de Aguascalientes:

Barajas dio la victoria al Aguascalientes 5 a 4 al derrotar a los Tigres de Salamanca. El batazo de Barajas fue de esos imposibles de alcanzar para los jugadores de cuadro y para los jardineros.

Y en Tabasco, jugó con Plataneros. La prensa campechana destacó un día que los Piratas de Campeche habían perdido el juego ante Plataneros de Tabasco, 4-3, “por un bambinazo de Barajas”.

De lo que podría sentirse triste, quizás el pelotero Barajas, fue que no ganó un campeonato en la década de los sesentas vistiendo la camiseta de los Diablos. Participó en una final con los Tigres del México y vivió la adrenalina de ser parte de la llamada Guerra Civil en los duelos entre Diablos y Tigres en el ya desaparecido parque de pelota del Seguro Social.

En la primera postemporada jugada por Barajas, Tigres ganó el título en 5 juegos de 7.

—Le di triple (en uno de los juegos) al “Huevo” Romo. Empatamos el juego pero después ellos (los Tigres) se repusieron —dice Barajas.

Aún escucha el ruido del madero cuando le chocó la pelota al Huevo Romo y se fue hasta la esquina del parque, aún oye los cubiertos del restaurante donde comían los Diablos, cerca del parque de pelota y a una “esquinita” del restaurante de los Tigres, aún le retumba en los oídos los gritos de “Vamos Diablos” y “Arriba Tigres”, y los días en que los chamucos y los felinos, por unas barridas “duras”, terminaban a empujones. Así era la guerra civil: “era muy bonito el ambiente en las gradas”.

Diablos Rojos del México, en los siguientes años, fue campeón, pero Barajas ya había sido enviado, de nuevo, a la Liga del Sureste.

La vida de Barajas comenzaría a tener una vuelta de tuerca el día en que Tomás Herrera le regaló un libro a los 29 años de edad. Era el manual para jugar el beis, eran las reglas que debía memorizarse.

—Ya me vas a retirar muy joven ­—le dije.

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Armando Barajas Hernández (27-10-1943) fue manager -y antes coach- unos cuantos juegos en Monterrey y otros más en Tabasco. Podríamos decir que empezó a destacar como estratega del beisbol el día (entre 1979 y 1983) en que los Azules de Coatzacoalcos -un equipo ya desaparecido de la LMB- se quedaron sin manager. Barajas encontró una rebelión de peloteros a su favor y la directiva le dio el respaldo para que concluyera “decentemente” la temporada. Los Azules llegaron a ser un gran equipo y aquí lanzó Ramón Arano, el Tres Patines, el pitcher que ganó 334 juegos en México.

Azules, a decir de Barajas, era un equipo perdedor, pero se metió a la postemporada y enfrentó a Diablos, el equipo en el que debutó el californiano.

Con Barajas, y con el Huevo Romo lanzando buena pelota, los Azules cerraron la temporada con un record de más juegos ganados consecutivamente. En esta racha le ganaron a Poza Rica, Tigres y a Diablos.

Barajas no titubea, fue el Huevo Romo el que dijo: para qué traer a otro manager si aquí está mi paisano, no tenemos nada que perder.

Así, Barajas dirigió en Campeche, lo hizo en Tabasco y en algunos municipios de éste cuando se ha organizado La Liga Tabasqueña de Béisbol. Entre 1991 y 1995 perteneció a la organización de Olmecas de Tabasco. Fue el manager que sustituyó a Joel Serna Barrientos. El día que se oficializó su llegada, los diarios tabasqueños como el Tabasco Hoy y Presente, resumieron sus 20 años de experiencia en el béisbol profesional, y con el tiempo también dirigió a los Jicareros de Jalpa de Méndez, el municipio tabasqueño en donde decidió vivir, casarse con Rosalba Madrigal y procrear 2 hijos: Armando y Perla.

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Barajas, el adicto al béisbol, se dedicó muchos años a buscar talentos en el sur de México. Pocos saben que Armando Barajas encontró una joya en ciudad del Carmen, Campeche. Halló a uno de los peloteros y “cañoneros” más importantes de México: Nelson Barrera

—Nelson no estudiaba, andaba en los barcos (camaroneros)

En 1976 Barajas fue por él a la isla y no sólo supo que él sería bueno para la pelota caliente. Vio que otros quince chamacos también estaban en forma para debutar en cualquier equipo profesional. Pero Diablos Rojos del México se interesó en Barrera, llamado El Almirante (1957-2002). Un año después los Escarlatas y sus tridentes lo debutaron en la LMB. Pero a los 16 años, Barajas le vio madera para jugar en suelo nacional y en el extranjero.

—Estaba fuerte y tenía un buen brazo —sentencia Barajas.

El tío de Barrera, que vivía en la capital de Campeche, le dijo a Barajas “si tú me dices que sirve para el béisbol” firmo el contrato. Si no es así, que regrese a los barcos camaroneros. Ahí comenzó la carrera de Nelson Barrera, el carmelita que jugó 26 temporadas, que conectó 455 home runs, que produjo mil 928 carreras, y unos 2937 hits, campeón con Diablos en 4 ocasiones y una vez más con los Guerreros de Oaxaca. El Nelson que sólo vivió 55 años porque una descarga eléctrica le quitó la vida en su casa de Campeche

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Barajas vive en Jalpa de Méndez, un municipio a 30 kilómetros de Villahermosa, capital de Tabasco. Vive a unas cuantas cuadras del panorámico de béisbol Manuel Vargas. Los jalpanecos ya perdieron la cuenta de cuántos niños ha aprendido a jugar el rey de los deportes en los campos de este prado de Tabasco. Barajas no piensa en el retiro, piensa en que entre los niños podría estar el nuevo Nelson Barrera. De lunes a viernes, como instructor de beisbol de Jalpa (camino sobre arena en náhuatl) enseña bateo, pitcheo y jugadas de doble play o robo de base, como si fuera el mismo el que lo aprende en aquellos campos desérticos de Mexicali.

Por las tardes, se le ve llegar al Panorámico o a otro pequeño campo del Deportivo Campestre, con una mochila repleta de pelotas y un bate de aluminio. A quienes les rodea les cuenta historias de ayer, de hoy y de lo que pronostica en el futuro del beis. Los niños ríen con él, lo cansan y le piden que les lance más bolas durante las dos horas de entrenamiento. Por cada gran atrapada Barajas los felicita, y por cada bola que cae en el césped o entre la arena, Barajas les dice “ya para la próxima”. Cuánta razón tenía Tomás Herrera cuando le dio el libro con las reglas del béisbol y le dijo que muchos jóvenes estaban contentos porque además de saber jugar, sabía enseñar el deporte. Con sus tenis color azul y un guante desgastado que lo llena de pelotas se sube al montículo para dar la voz de ataque: no mires para otra parte, ponle ojo a la bola, saca la varilla y dale duro.

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A muchos de los niños, cuando ya son adolescentes, los ha llevado a olimpiadas nacionales en Campeche o en Yucatán. Y todos ellos dicen que aprendieron a jugar “el beis” por Barajas que fue “paciente”. Uno de ellos ahora está con los Padres de San Diego, Juan Pablo Oramas, el pitcher tabasqueño que fue firmado por Diablos Rojos del México y que en su primera temporada ganó 9 juegos y fue nombrado novato del año.

A los que llegan a los campos de entrenamiento, Barajas los recibe si noción alguna del juego. A los 6 meses, los niños ya han aprendido algo más que este deporte: a convivir

—Es una satisfacción grandísima -sonríe Barajas- porque no cualquiera trabaja con niños. Se logra con paciencia.

—¿Te sientes un desempleado del béisbol en los últimos años?

—Siempre he vivido del béisbol y no me ha faltado trabajo.

Cuando concluyen los entrenamientos, el de Mexicali, el tabasqueño por adopción, guarda sus pelotas, el bat y el guante desgastado. Lo que nunca guarda es la plática sobre lo imprescindible de su vida: el beis y sus números.

—Nos vemos el lunes —le grita a los niños.

***

—Cómo una mujer religiosa como usted se enamoró de un hombre que jugó para los Diablos, si siempre está hablando de Dios.

—Porque cuando me enamoré de él no era muy religiosa como ahora —dice Rosalba Madrigal, la esposa de Armando Barajas.

Sin embargo, cuando abre el clóset o el armario de la casa en Jalpa de Méndez, ve que algunas camisetas aún tienen impreso el nombre de Diablos. Y justo ahí, ella sostiene un epitafio: Yo sé que con mi fe, ahuyento al diablo.

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