Foto: Reuters

Aristóteles escribió que el enojo puede definirse como el impulso, acompañado del dolor, de vengar una falta o buscar deshacer el daño ocasionado por un acto de maldad. Cómo no entender el enojo de las mujeres, quienes han salido a las calles de México a manifestar su encono, su desesperación y sed de justicia, contra las violaciones, contra los feminicidios y contra otras agresiones, a la par de exigir que sean profesionales los que estén al frente de las instituciones de impartición de justicia, para que así se le dé seguimiento a los casos de violencia y feminicidios.

Soslayar la raíz del descontento de las mujeres no es el camino correcto que lleve a la atención de lo que ellas exigen, justicia, respeto y alto a los asesinatos contra ellas, porque la misma violencia que se ha tornado cotidiana en el país pone de manifiesto que ellas, aunque sólo citemos la movilización del pasado sábado, no salieron a exigir dádivas, no salieron a hacer escarnio de alguien y mucho menos salieron a hacer una demostración de fuerza.

Salieron impulsados por el dolor, por la impotencia de haber perdido a alguna hija, hermana o madre; por el coraje de saber y ver la tendencia de muertes de mujeres y agresiones sexuales a niñas y jóvenes. Salieron a decir ¡Ya, basta!, a exigir una respuesta contundente ante las agresiones, asesinatos y vejaciones.

Llamar vandalismo a su acto de expresión de dolor y desesperación es caer en la estrategia de descalificación que ponen en marcha grupos de intolerancia o poderes autoritarios que desvirtúan cualquier movimiento para ignorar y desestimar un reclamo justo. Vandalismo es un concepto que en una sociedad ha sido arma de los poderes autoritarios.

El reclamo de las mujeres es justo. Las están matando

 

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