Jere  XXXVIII

El niño que perdió su mundo

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Jere-capítulo-XXXVIII-SolesteView-Diseño-Jhony-Galván.

Cogí la semilla y abandonamos el café.

–Consérvalo —dijo Jere cuando nos despedimos con un apretón de manos.

Me detuve para observarlo hasta que se perdió poco a poco en la oscuridad.

Levanté la semilla, la observé una vez más con detenimiento y pensé en cómo Jere pudo conservarla durante casi cuarenta años.

La metí en mi bolsillo.

Camino a casa estuve repasando en la mente lo que me había contado. Me detuve un rato en los relatos del abuelo, en la mujer alta y de largas trenzas y carirredonda, en la multitud de gatos que le sirvieron de guía, en la niña de los estribillos en el abismo, en la figura de la mariposa fulgurante en la colina, en el banco que era un armadillo y en la destrucción durante la noche de la erupción del volcán.

-Me veo así porque he vivido mucho –había dicho al inicio.

Recordé que contó también que la vez que visitó el lugar escuchó que en la noche de la primera erupción alguien vio a un hombre joven correr tras una manada de animales en la vereda principal de la parte baja del pueblo. La persona que presenció la huida, quien también huía, se tuvo que salir del camino para ponerse a resguardo en cuanto oyó que se aproximaba el tropel. Iban animales de todo tipo. Al final un muchacho alto y delgado pasó fugaz en lo que duró el relumbrón de otro estallido del volcán.

–¿A quién más habrá pertenecido? –Me pregunté.

Tenía de nuevo en la mano la semilla. La había sustraído sin darme cuenta.

 

*Continúa…

 

 

 

 

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