Dice el Capitán Camacho que su próxima meta es sembrar, vía aérea, 20 millones de semillas en Chiapas.
Lo anuncia con la seguridad de un hombre que en los últimos dos meses plantó dos millones de semillas, desde su Cessna 185.
Pero esta vez, a su sueño le ha agregado algo más atractivo y prometedor: quiere contar con una flotilla de diez avionetas bombardeando de semillas el territorio antes selvático que queda en el sur de México.
–Lo haré –afirma, como si alguien le mostrara algún asomo de duda.
José Antonio Camacho, Capitán Piloto Aviador, mejor conocido como el Capitán Camacho en su oficio y en las redes sociales, supo una tarde que el gobierno de un país del sudeste asiático estaba bombardeando su territorio con misiles cargados de semillas en un intento por mitigar la deforestación. Esa noche, ya en casa, meditó sobre el tema y la situación forestal de Chiapas, el estado donde nació hace 52 años, y resolvió que la mejor manera era pedir ayuda a través de las redes sociales, su facebook que abrió en 2017, para que algún especialista lo asesorara sobre el tipo de semilla que habría que arrojar en cada región, y buscar a alguien que lo ayudara a tirar las semillas en vuelos rasantes. ¿Por qué no hacerlo?, se dijo antes de quedarse dormido.
La convocatoria tuvo a jóvenes, académicos, taxistas con su aportación de semillas en el centro de la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, la capital de Chiapas. Quienes más aportaron fueron los de la región la Frailesca, porque uno de los objetivos era reforestar el cerro de Nambiyuguá que queda en el municipio de Villaflores y desde una toma aérea se lo observa descarapelado. Posteriormente una parte de las semillas de huanacastle, primavera y matilisguate, cubiertos de arcilla para su protección y rápido eclosión, fue arrojada en ese lugar. En 30 horas-vuelo, el Capitán Camacho, en compañía del ingeniero forestal Rausel Ramírez y el Capitán Enrique Curiel, bombardeó de semillas una parte de Villaflores y otra del municipio de Chiapa de Corzo. Se había superado la meta que inicialmente era de 50 mil semillas.
Cuando alguien cree en ti, tienes más responsabilidad.
Eso dice el Capitán Camacho como preámbulo de lo que está por contar: en breve tendrá consolidada la asociación civil Todos somos una semilla, en la que ya participan personas como Rausel, Enrique Curiel, el Capitán Roger y hasta un cantante de reggae de nombre Kass Smith, quien le ha prometido ofrecer un concierto por la causa. La lista la integran personas de varios estados de México y de otros países. Desde Estados Unidos alguien más le ha dicho que es necesario contar con la asociación plenamente registrada para que el movimiento por la reforestación pueda hacerse de recursos. Y como un acto de mayor confianza, activa el celular y despliega los mensajes de ánimo que recibe de distintos estados y países por la labor que está realizando. Ese es el otro combustible que, como piloto de un proyecto que se antoja prometedor, recibe todos los días desde que empezó a sembrar vía aérea: el ánimo de la gente, las manifestaciones de afecto y uno que otro detalle que recibe del planeta que es también Chiapas, como la canción que lo evoca, como el avioncito de juguete con los colores rojo blanco y verde de su Cessna 185 que alguien le dedicó y Diego, un niño de preescolar que quiere ser piloto aviador, quien lo visitó en el aeropuerto y se subió a la avioneta.
Cuando habla de esas cosas, principalmente de los detalles que le recuerdan que alguna vez fue niño, al Capitán Camacho se le enternecen las palabras, la mirada; se lo ve más paternal. Nació en la ciudad de Comitán, de madre originaria del estado de Hidalgo y de padre originario de Querétaro. Estudió la primaria y la secundaria en ese pueblo, y a los 15 años se mudaron, cargando con sus carritos y avioncitos, al municipio de Tapachula por el trabajo del padre. En Tapachula disfrutó tres años más a su padre, porque a sus 18 años su hermano menor y él se quedaron sin la figura paterna. Se murió. Entonces, sin el soporte que era papá y sin el apoyo económico que de él recibía, se dedicó al trabajo: lavar autos, entregar agua purificada a domicilio y conducir tráiler. A los 20 años se casó. A los 22 años tuvo su primer hijo, y cuatro años después nació su hija. Pero él, desde que contaba cinco años tenía en la mente ser piloto aviador.
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A sus 32 años, José Antonio Camacho se graduó como Capitán Piloto Aviador.
–En el Centro Aeronáutico de México.
Dice que se graduó piloto con diez años de retraso, algo tarde, porque regularmente alguien se gradúa de piloto a sus 22, 23 años.
Ya estaba casado y tuvo que llegar a un acuerdo con su esposa para que ambos continuaran con sus estudios. No hubo necesidad de ir a vivir a la Ciudad de México, porque la capacitación era en la capital del país pero la práctica de vuelos la hacía en la ciudad de Tapachula. Pagaba por un avión.
Todo era trabajo y dedicación.
En esta parte de la entrevista, el Capitán Camacho confía que entonces ya tenía en mente algo que lo mantenía inspirado: Lo que la mente del hombre puede concebir y creer, es lo que la mente del hombre puede lograr.
Es una cita de Napoleón Hill, en Cómo hacerse rico sin preocupaciones.
Suene como suene el título del libro, ataja de inmediato el Capitán, a mí esa frase me inspiró. Y lo importante en la vida –continúa—es cuando despiertas inspiración en otro ser humano.
Y en este momento, desde la mesa, en el café restaurante, ordena a la encargada baje el volumen de la música instrumental de fondo. En su celular, activa una canción. Alguien, quien dice que no pudo llevarle semillas ni combustible para la primera siembra, le dedicó una canción que resalta la belleza de Chiapas, con guitarra.
Es enorme tu belleza…
Has sido herido de muerte…
No estás solo…
Alguien vela desde el aire…
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Hace 20 o 21 años que el Capitán Camacho voló por primera vez.
Su primer avión, un Cessna 180.
Lo hizo en Comitán, ciudad donde, ya con la licencia de piloto comercial, trabajó para Servicios Aéreos San Cristóbal, con la que realizaba viajes a la Selva Lacandona, de uno a cinco vuelos diarios. Había comprado en Tapachula la aeronave con la que practicaba de estudiante.
–Fueron 10 o 12 años de vuelos a la Selva Lacandona.
Lo expresa con orgullo, con cierta sonrisa. Recuerda la convivencia con los habitantes de las comunidades de la Lacandona, a quienes, cuando no era sacar enfermos, llevaba médicos, maestros, medicamentos e insumos para el campo y para la cocina, y la magia que lo envolvía en el cielo por la belleza de la selva, de las montañas y de los ríos. Era Chiapas en su esplendor.
–Dibuje Chiapas, desde el aire.
–Son cerros de piedras –responde.
–¿Cómo era antes?
–Sentías la magia de la seducción de Chiapas con la vegetación.
Suspira el Capitán. Guarda un momento de silencio y adquiere aun aire de preocupación.
–Esto no es asunto para mañana –suelta.
Habla de los efectos del cambio climático y de los daños que el hombre está provocando a la naturaleza. Y para darle mayor fuerza a lo que dice, cuenta que de ese Chiapas mágico también por su naturaleza lo que ahora se ve desde el aire es esto: si sales del aeropuerto hacia el sur, apenas te encuentras con un macizo de bosque en las reservas El Triunfo y La Encrucijada; si partes hacia el norte, lo que salva la vista hermosa es la reserva El Ocote; si te diriges hacia los Altos del estado, las minas de carbón han acabado con los bosques, y si te vas a la Lacandona, la selva ya solo es una manchita.
–¿Y los ríos?
Aquí comenta sobre el sistema de lagunas Metzaboc. Son 21 lagunas, dice; una se secó. Recientemente saltó en los medios la noticia de que Metzaboc se secó y las autoridades respondieron que hace 50 años ocurrió lo mismo. Pero el Capitán Camacho dice que el caso es grave. Hace unos días se sentó con un alcalde para hablar del tema y éste, preocupado, le confesó que los mantos freáticos están secos. Y seco y deforestado es como él ve Chiapas desde su Cessna 185. Sí, alguien ve las cascadas de Chiflón desde la avioneta y exclama: qué maravilloso pero qué deforestado. De esas opiniones encontradas son las que se generan al observar a Chiapas desde el cielo.
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El próximo año, antes que caigan las lluvias, el Capitán Camacho sembrará los otros millones de semillas. Algo drástico en sus cálculos, estima que del total de semillas que arroje desde el avión, el 10 por ciento sobrevivirá y se convertirá en árboles. Podrían sobrevivir más, pero una vez que broten también serán blancos de depredadores. De ser así, de la siembra de julio de este año nacerán 200 mil plantas.
–Pero si siembro 20 millones el próximo año –aquí le brillan los ojos, de la emoción.
–Chiapas tendrá dos millones de árboles –completo la operación.
–Vamos a bombardear con semillas en todo el estado.
Tailandia, el país del sudeste asiático que inspiró al Capitán Camacho, comenzó a sembrar en 2016 y espera notar los primeros resultados en un periodo de cinco años. El Capitán Camacho repite que su meta a corto plazo es juntar los 20 millones de semillas y contar con los recursos para soltarlos protegidos con arcilla de acuerdo con la técnica resultado de agricultura natural inspirada por el microbiólogo y ecologista japonés Masanobu Fukuoka. Así que también se necesitará de hombres y mujeres que ayuden en la preparación de las bolitas de barro con semillas.
–Haremos una campaña de concientización.
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Dice el Capitán Piloto Aviador José Antonio Camacho que a la par de la siembra de semillas, él y la gente que se ha unido al proyecto también promoverán otras acciones de cuidado al medio ambiente, como el levantar basura de las ciudades y de los ríos y depositarlas en los lugares idóneos.
Este viernes, al mediodía, voló de Tuxtla Gutiérrez a Tapachula, y como parte de la documentación de su vuelo para su red social tomó unas fotografías del tiradero a cielo abierto en Tapachula. Lo mismo hizo en los últimos días, cuando voló a Comitán. Allá hay otro tiradero de basura a cielo abierto.
–Las fotos de Comitán ya están en mi facebook –dice–; las de Tapachula, las subiré al rato.
Son las cinco de la tarde. Llegó puntual a la entrevista, en un café cerca del lugar donde vive, al poniente de Tuxtla. Terminando la entrevista, tomará carretera rumbo a Comitán. Aún vive su madre, una mujer que lo inspiró, principalmente, para seguir adelante, porque ante la muerte de su esposo ella jamás se quebró, buscó trabajo para sacar adelante al hijo menor. El mayor empezaba a valerse por sí mismo y más tarde sería Capitán Piloto Aviador.
–Es donde nací –se le escucha con orgullo.
Como aquel Principito de la literatura clásica que suspiraba por una flor de su planeta, en medio del desierto junto un piloto aviador, el Capitán Camacho también cuida desde el aire de unos árboles que plantó hace 30 años en Comitán. Son dos pinos que esplendorosos lo saludan cuando sobre ellos pasa rayando el cielo con su tricolor Cessna 185.
–Son como mis hijos también –musita.
El Capitán tiene sus pinos y, desde el aire, Chiapas para él.
Chiapas, no estás solo, alguien vela desde el aire –dice la canción.